Predicar con el ejemplo
Me he pasado la semana hablando de autocuidado en las charlas que he dado y ¿qué he hecho yo? Exigirme más que nunca. Trabajar hasta tarde o levantarme pronto para intentar llegar a todo. Para cubrir los vacíos y las ausencias, para sacar tiempo para trabajar en un ciclo de talleres que estoy preparando. No me quedaba más remedio que hacer este esfuerzo.
Estoy enfadada, sí. Conmigo misma. Porque no he sabido poner límites, porque no he podido encontrar la manera de delegar. He asumido todo lo que he podido y más. Me pregunto qué pretendo con ello. Las respuestas giran en torno a que mi nivel de autoexigencia ha sido y es muy alto.
Sin duda, este es el legado que nos ha quedado a muchas mujeres. Porque ser mujer es tener que demostrar con más ahínco que valemos, tener que trabajar el doble para hacerlo patente, cobrar menos por hacer lo mismo, asumir mayor carga mental, seguir trabajando cuando el resto descansa, escuchar a todos y hacernos cargo de sus necesidades, obviando a menudo las nuestras.
Así que, mis propias palabras han resonado en mi cabeza para recordarme que yo, y solo yo, puedo autocuidarme. Yo, y solo yo, soy la responsable de cuidar mi cuerpo y mi mente. Y solo yo puedo saber lo que necesito en cada momento.
¿Sabes qué ocurre cuando no te escuchas y detrás hay una necesidad no cubierta? Que tus reacciones, tus comportamientos y tus palabras se inundan de ira, resentimiento, enfado, sensación de injusticia, sentimiento de no ser tenida en cuenta, …
Entonces, ¿por qué caemos en la autoexigencia? Por sumisión, por indefensión aprendida, por aceptación, para ganarnos el amor de los demás, para complacer… Cada una de nosotras lo hará por un motivo u otro, en función de los patrones heredados. Está en nuestras manos cambiar esos patrones por los nuestros propios. Y es un buen comienzo empezar predicando con el ejemplo.
¿Tú también te autoexiges en vez de autocuidarte? ¿Por qué?
Vanessa Ojeda