Cómo dormían mis hijos y cómo me afectó a mí
Me resultaba muy difícil ponerme a escribir sobre el sueño de los niños. Cuando empecé a escribir en el blog siempre encontraba otro tema mejor del que hablar. Y se debe a que los supuestos problemas de sueño de mis hijos han sido los causantes de momentos críticos vividos durante la maternidad.
Durante un tiempo coloqué este tema a la cabeza, en cuanto a importancia, de todas nuestras vivencias.
Y, ¿a qué se debe que haya sido un punto vital en nuestras vidas? Pues a que si un bebé no duerme el tiempo que necesita, está cansado y molesto y eso se convierte en llanto incontrolable, ya que esa es su manera de comunicarse.
Con Abraham fue muy claro. Antes de cumplir los 20 días de vida, nos dimos cuenta de que le costaba dormirse. Empezó a llorar sin parar y yo, desesperada, le daba el pecho por si era hambre, sino para calmarlo. Después de un día y medio así, lo llevamos a urgencias, donde le diagnosticaron “cólicos del lactante”. A partir de ahí, se convirtió en un desespero.
En el coche lloraba, en el cochecito lloraba, en brazos lloraba, … Sólo se calmaba dándole el pecho. Y así empezó la supuesta asociación: succión – sueño.
Cuando el niño tenía un mes probamos un portabebés y, aunque le costó adaptarse cuando lo hizo, empezó a dormirse en él. Eso sí, siestas de 25 o 30 minutos. Las noches básicamente eran 3 o 4 despertares. Pecho y nos dormíamos de nuevo. Durante el día no podía hacer nada. Entre darle el pecho, cambiarlo, sacarlo a pasear para dormir, y hacer mis cuatro cosas básicas: desayunar, vestirme y poco más, se pasaba el día.
Pasado un tiempo, decidí consultar el tema del sueño con la pediatra. Su respuesta fue: “Duérmete niño” (método Estivill). A partir de ahí decidí que la pediatra era una doctora, no un paño de lágrimas. Aun así, personas de mi entorno cercano insistieron en que probáramos el método Estivill. Yo me negaba, pero como no tenía apoyo, al final cedí. Abraham lloró durante 45 minutos y se acabó durmiendo agarrado a la manta con el gesto desencajado. Se acabó el método.
Empecé a buscar alternativas. Leí el libro “Dormir sin lágrimas” de Rosa Jové. En resumen, recomendaba colecho, porteo y lactancia. Una magnífica solución para dormirse de nuevo la mamá y el bebé y para prolongar la asociación succión-sueño además de alargar la lactancia nocturna. También leí el libro “El sueño del bebé sin lágrimas” de Elizabeth Pantley. Aporta bastantes ideas y explica cómo romper la asociación succión-sueño. A un par de meses de incorporarme al trabajo y sabiendo que el niño iría a la escoleta, me puse seria con el tema e intenté empezar a aplicar el método Pantley. Pero, o algo no hacía bien, o a mi hijo no le funcionaba.
Cada día lo probábamos, pero lloraba y lloraba. Algunos días llegaba a dormirse, pero eran uno de cada diez. La inversión de tiempo era alta y el resultado no siempre era positivo. Así que acabé rindiéndome.
Durante el día, en el cochecito o en el coche se dormía. Así acabamos paseando por Palma para que el niño se durmiese. A mediodía le daba el pecho y se solía dormir encima de mí. Ahí se quedaba porque no podía moverme, de lo contrario se despertaba y mucho menos intentar ponerlo en algún sitio. Por la noche, el pecho antes de ir a dormir y después lo ponía en la cama. Y durante la noche a cada despertar, pecho.
Iniciamos un cambio de cama y un destete nocturno alrededor de los 14 o 15 meses. Su padre le atendía por la noche. Así se fueron reduciendo los despertares hasta que cumplió los 18 meses, en que empezó a dormir toda la noche.
Y gracias que se acabaron porque me quedé embarazada de nuevo. Sólo restaba conseguir que se durmiese solo durante el día y en casa. Eso nos lo planteamos sobre los 21 meses, para dormir la siesta. Lloró unos cuantos días dentro de la cuna, pero al cabo de un rato se dormía. Por último, a los 2 años, dos meses antes de dar a luz, papá empezó a llevarlo a dormir por las noches para romper del todo la asociación con la lactancia y conciliar el sueño por sí mismo. Y al fin Abraham estaba “domesticado” en el arte del dormir.
Y cuando parecía que todo se había estabilizado, nació Ernest y todo se desmoronó. Los dos primeros días de vida de Ernest solo dormía y comía. Al llegar a casa eso cambió. Lloraba desconsoladamente y yo, que no sabía qué tenía, le daba el pecho. Se dormía, pero luego no lo podía dejar en la cuna porque se despertaba. En cambio, el día siguiente dormía como un tronco. Y así tenía un día bueno y dos malos y viceversa.
Se le veía un niño muy somnoliento. Ya a los 15 días empecé a notar problemas con la lactancia: mamaba poco y se quedaba dormido. Lloraba con frecuencia. Tenía pinta de ser de nuevo los “cólicos del lactante”. No me podía creer que me volviese a suceder. Me vine abajo. Otra vez volver a pasar por lo mismo, pero en ese momento, con dos niños pequeños.
Rápidamente puse remedio al problema con la lactancia. Quedaba el problema del sueño. Con una experiencia previa me dije a mí misma que debía encauzar la situación lo antes posible o serían otros 18 meses agotadores.
Enseguida me puse a hacer registros de sueño, me compré el libro “Dormir sin lágrimas” de Elisabeth Pantley y empecé a aplicar sus consejos. A pesar de todo, Ernest tardaba en dormirse y sólo permanecía dormido 25 minutos. Al despertarse, vuelta a empezar porque lloraba desconsolado del sueño que tenía.
La rutina nos ayudó mucho. Y aún más el portabebés. Cuando acompañábamos a Abraham a la escoleta se quedaba dormido en el portabebés y al volver a casa, me mantenía en movimiento para que enganchase otra fase de sueño y yo pudiese hacer algunas cosas. Pero había días que dormía poco y me pasaba la mañana intentando dormirlo. Cuando lo conseguía y lo dejaba en la cuna, a menudo, a los 5 minutos se volvía a despertar y vuelta a empezar.
Era muy frustrante y con frecuencia perdía la paciencia. También probé la hamaquita, la cuna, la cama, el cochecito. Nada funcionaba. Poco a poco fueron pasando los meses y conseguí establecer una rutina bastante estricta. Nos levantábamos sobre las 7. Acompañábamos a Abraham a la escoleta sobre las 10. Ernest se dormía, después permanecía un tiempo despierto, comida, cambio de paquete y a dormir otra vez.
Lo dormía en brazos, lo dejaba en la cuna o la cama y me ponía un temporizador para que sonase a los 20 minutos. Entonces lo cogía en brazos y lo tenía entre 30 y 40 minutos. Si se despertaba, me levantaba, me movía y se volvía a dormir. Si no se despertaba lo volvía a dejar y seguía dormido un ratito más. De esa forma conseguía que enganchase fases de sueño y durmiese aproximadamente una hora y 20 minutos seguida. Evitábamos llantos, desesperación y pérdida de tiempo y conseguía que Ernest se sintiese más descansado. Durante el tiempo que estaba en mis brazos aprovechaba para leer y empecé a escribir para no olvidar las aventuras que vivía con los niños y así surgió la idea de compartir mis vivencias con los demás. De esta forma, poco a poco se fue gestando la idea del blog.
A los 11 meses me tocaba reincorporarme al trabajo, así que poco antes, Ernest empezó a ir a la escoleta. En aquel momento seguía haciendo una siesta por la mañana, normalmente corta y le dormía en brazos y luego le dejaba. Otra a mediodía y una corta por la tarde, normalmente si salíamos a pasear, con el cochecito. Aunque no me apetecía hacer varios cambios a la vez, aproveché para separar la cama individual y ponerle a él a dormir en ella. Todo con el objetivo de alargar un poco el tiempo entre despertares.
Sin embargo, empezó una etapa de enfermedades: contagios en la escoleta, de su hermano, etcétera. Además, se sumó el sufrimiento enorme por la salida de los dientes, hecho que siempre le alteraba el sueño hasta el punto de despertarse en una misma noche entre 7 y 8 veces y cada diez o veinte minutos. Después de haber tardado quizás 30 minutos en dormirlo. Estas fases siempre fueron acompañadas de procesos catarrales que empeoraron la situación encadenando numerosas malas noches. Obviamente en la escoleta, después de llorar cada día, durante prácticamente un mes, empezó a dormirse solo. Una utopía para nosotros. Y casi nunca se despertaba durante la hora y cuarto que habitualmente dormía.
A partir de los 16 o 17 meses decidimos que nos levantaríamos por turnos o solo mi marido para intentar que volviese a dormirse sin necesidad de mamar, se trataba de forzar un poco el destete nocturno. Afortunadamente a partir de los 18 meses notamos una mejoría en las fases de sueño. Enlazaba unas con otras sin llegar a despertarse, su sueño fue más profundo.
Abraham se volvió a despertar por las noches tras el nacimiento de su hermano. Pero en un par de meses cogió de nuevo el sueño profundo. Ernest acaba de consolidar, con 6 años, las noches sin despertares.
Vanessa Ojeda