Este término ya lo usamos a diario, referido a las redes sociales.
De esta forma se denomina a nombrar a alguien en las redes para que esa persona reciba un mensaje que le haga ver la publicación en cuestión o mencionarla para darla a conocer, también para que la gente localice a una persona o perfil en concreto.
Pero etiquetar en la crianza es algo totalmente distinto. Etiquetar nace del acto de juzgar, ya sea positiva o negativamente, a una persona.
Habitualmente estamos acostumbrados a la escucha evaluativa, esa que se da cuando alguien nos cuenta algo y nos planteamos qué tenemos que contestarle. Es una escucha tendente a la emisión de juicios. Y los juicios desconectan a las personas de sí mismas. Hacen que crean que las respuestas correctas están en los demás, por ello acaban buscando las respuestas en el exterior.
La comunicación de este tipo denota falta de aceptación a la persona. La crianza enjuiciadora hace que la persona crea que sus afirmaciones vitales son siempre incorrectas, que sus respuestas espontáneas no valen.
Las descalificaciones a la propia espontaneidad nos desconectan de nosotros mismos y así ocurre con los niños y su propia esencia. Si el niño falla en un acto espontáneo, esto le motivará a recurrir a más espontaneidad para superar el fallo. Él intentará desarrollar la creatividad, experimentar y explorar para encontrar la manera de hacer las cosas.
Si confiamos en que el niño desde su propia naturaleza y espontaneidad, acompañado por nosotros pero sin una guía directiva, se convertirá en una persona válida, perderemos el miedo a que el niño se críe convirtiéndose en mala persona o asocial.
¿Cómo podemos evitar los juicios y etiquetas?
a) Definiendo la realidad en hechos concretos y en momentos concretos.
Ejemplo: “Este niño hoy se ha mostrado muy cariñoso con su abuela”.
Evitamos así crear expectativas que, de incumplirse, podrían generarnos malestar. Ejemplo: “Ahora que te hablo veo que no me escuchas”.
b) Aludiendo a acciones de la persona, no a su esencia. Definimos lo que vemos.
Normalmente valoramos a las personas desde la descripción de lo que hacen, de la realidad objetiva, partiendo de lo que son y no de lo que deberían ser.
Ejemplo: “Hoy has empujado a tu hermano”.
Al definir la realidad con hechos concretos o momentos concretos la simplificamos para poder transformarla y esto nos empodera.
Cuando aprendemos a definir lo que somos y a admitir lo que no somos, dejamos de darle importancia a las etiquetas y juicios de los demás y eso nos permite evitar colgarlas o emitirlas hacia los demás, incluyendo a nuestros hijos, y eso, en definitiva, nos lleva a vivir una vida más plena.
Vanessa Ojeda