A priori puede no parecer tan difícil acompañar las emociones de nuestros hijos. Posiblemente resulta medianamente sencillo estar a su lado ante la alegría, el amor, la sorpresa o la euforia. Incluso ante el miedo.
Pero, ¿Qué ocurre cuando tenemos que enfrentarnos a momentos en que se frustran, sienten vergüenza, se enfadan o muestran ira?
Pues que todo se complica.
Hay diferentes motivos por los que nos cuesta salir airosos de esas situaciones:
- La mayoría de nosotros nos criamos en ambientes (familia, colegio,…) donde se tendía a negar las emociones “negativas”. A penalizarlas, evitarlas, juzgarlas o distraer la atención. Y también a reprimirlas.
¿Quién no ha oído frases del tipo…?:
“No llores”. “Qué feo estás cuando lloras”. “No hay que llorar por esa tontería”. O “no te permito que me hables así”. “Ni se te ocurra tirar eso”. “No te levantes de la mesa hasta que no te hayas acabado todo lo que hay en el plato”. Suma y sigue.
- En los últimos años ha habido una tendencia a “gestionar” las emociones.
Yo misma he hablado de ese tema en anteriores ocasiones.
Pero las emociones no deben gestionarse, deben dejarse fluir (siempre y cuando no sean violentas y sean respetuosas con los demás) y nosotros debemos acompañarlas.
Las emociones, en realidad, representan modos de adaptación al medio.
¿Cómo acompañamos?
Depende de la edad y del grado de madurez del niño.
De 0-2 años. Fase de fusión emocional entre madre y bebé. Exterogestación. No dejar llorar al niño. Respetar el movimiento libre. Permitir la succión y coger en brazos. Poner en práctica el reflejo, ser su espejo.
De 2 a 4 años. Finalizada la fusión emocional suele iniciarse la negación por parte del adulto ante las rabietas especialmente. Acompañar ese periodo con paciencia y respeto. Permitir la vivencia de la rabieta.
De 5 a 6 años. Empiezan los niños a razonar en la vivencia de la experiencia. Se inicia un periodo de diálogo, negociación y en el que el niño muestra qué necesita cuando vive esas emociones con intensidad. Hay que observar y acompañarle de la forma que mejor se adapte a sus necesidades.
Para acompañar:
- Respetamos el proceso emocional. Presencia, a menudo no interviniente. Dejamos fluir.
- No introducimos nada propio, ni dirigimos.
- Es imprescindible sentirnos en ese momento seguros, tranquilos. Si no es así, es mejor apartarse y volver cuando estemos listos.
- Debemos poner atención plena. El otro es el protagonista.
- Hay que disponer de tiempo. No es factible acompañar si vamos con prisas.
- Y por último: reflejar.
“Veo que…, pareces…, intuyo que…, te noto…”
Al acompañar de esta manera, retiramos las barreras y bloqueos habituales tales como: convencer, dar la razón, cambiar de tema, expresar desacuerdo, consolar, distraer y eso puede desembocar en una intensificación del malestar porque no hay bloqueo.
El niño parece estar peor. Hay que seguir acompañando y reflejando hasta que el niño vuelva a su estado tranquilo.
Empezaremos a sentirnos ambos más seguros. Tras un periodo de transición el niño se hace responsable de su proceso y se autoacepta y autogestiona.
Parece sencillo pero no lo es. Se logrará a base de práctica y tras haber superado esa fase de malestar por el desbloqueo, ese aparente efecto rebote.
Vanessa Ojeda