El dolor de la injusticia
Hace unos días, una madre me contaba que se sentía perdida, que notaba cierto rechazo hacia su pareja, le enfadaban muchas cosas y no tenía mucha paciencia. Parecía haberse refugiado en su trabajo.
Le pregunté si se trataba de un sentimiento de culpa y me dijo que no. Que más bien era una desvinculación de su familia lo que la hacía sentirse frustrada.
Se veía influida por las circunstancias y el cansancio acumulado de todo lo que estamos viviendo con motivo de la pandemia.
Tuve la sensación de que me estaba hablando de resentimiento. De lo que sentimos cuando:
- consideramos que algo es injusto,
- creemos que se han aprovechado de nosotros,
- nos hemos sentido física o emocionalmente maltratados y no nos hemos sentido capaces de defendernos,
- nos sentimos ignorados, o tratados sin importancia,
- sentimos nuestras relaciones injustas, que nosotros lo damos todo y los demás no lo reconocen y/o no lo corresponden,
- no nos reconocen nuestros logros y esfuerzos,
- creemos que los demás frustran nuestro bienestar o nuestro éxito,
- nos sentimos rechazados, abandonados, humillados o devaluados,
- sentimos que lo que hacemos nunca es suficiente,
- pensamos que otras personas nos hacen sentir inferiores,
- esperamos de los que nos han herido, disculpas y reparación.
¿Cómo nos afecta?
- Sufrimos emocional y físicamente.
- Nos genera desconfianza hacia los demás.
- El resentimiento se incrementa si el éxito de otras personas está relacionado con nosotros.
- Nos sentimos atados al pasado, y tendemos a instalarnos en ese sentimiento cada vez que se presenta una situación similar.
- Nos enfadamos con otras personas porque creemos que no nos entienden, no saben lo que nos pasa o no le dan importancia. No nos validan o no nos escuchan activamente.
- Sentimos física y emocionalmente rechazo hacia la persona que sentimos resentimiento.
Todo ello puede generarnos ira, algo que surge cuando no controlamos el resentimiento. Y la ira nos mueve a destruir o eliminar los obstáculos que nos impiden conseguir los objetivos que deseamos. El no poder alcanzarlos nos genera frustración.
La ira también nos lleva a controlar la conducta de los demás para inhibir las reacciones indeseables del resto o evitar conflictos y confrontaciones. Y también nos mueve a autodefendernos o atacar, intentando eliminar los obstáculos que nos impiden alcanzar los objetivos o controlar la conducta de los demás para evitar sus indeseables reacciones.

¿Qué podemos hacer al respecto?
- Tomar conciencia de si estamos resentidos y con quién.
- Intentar aceptar lo que sentimos para mitigar el dolor.
- Repasar qué personas importantes hemos tenido en nuestra vida y observar qué sentimos hacia cada una de ellas. Identificar las emociones asociadas.
- Anotar las personas que nos hacen sentir dolor, tristeza o resentimiento.
- Escribir una carta a cada una de esas personas y guardarla, tras haber revisado lo que nos hace sentir.
- Imaginar ahora que somos esa persona a la que va dirigida la carta y desde su punto de vista contestarla. ¿Éramos conscientes del dolor que nos producía?
- Intentar perdonar
- Perdonarnos
- Aceptar que la vida a veces no es justa y que a menudo tenemos conflictos con las personas porque nuestros deseos, objetivos, metas o formas de pensar son distintos.
- Revisar nuestra autoestima y tratar de sanarla.
- Cuando vengan pensamientos de resentimiento, intentar desviar nuestra atención para evitar darle vueltas.
- Revisar nuestro discurso, nuestro pensamiento, nuestro estilo comunicativo.
- Si esa persona, hacia la que sentimos resentimiento, es muy importante en nuestra vida, tratar de reconectar con ella, reducir la distancia, hablar de cómo nos sentimos desde el yo.
Cuando se instala el resentimiento nos impide crecer, evolucionar y amar incondicionalmente. Y corremos el riesgo de instalarnos en el orgullo, aislarnos, estallar o romper. En definitiva, huir.
Aunque, es probable que no sea eso lo que queremos, especialmente si se trata de nuestra pareja, nuestros hijos, nuestra familia o amigos. Y menos en este momento tan complicado y de tanta incertidumbre de nuestras vidas. O tal vez sí ha llegado el momento de plantar cara y poner límites. Reflexionemos.
Vanessa Ojeda