Cuando nació Abraham estaba tan desinformada en algunos temas, que desconocía totalmente qué recomendaciones se hacían sobre la duración de la lactancia materna. De hecho, estando en el hospital de posparto, leía información que recomendaba lactancia materna exclusiva hasta los 6 meses y prolongar la lactancia materna hasta los dos años o más. Y a mí me parecía no haber oído nunca nada al respecto.
Después del parto, en el paritorio, me dijeron si quería probar a iniciar la lactancia o esperar un poco. Preferí esperar porque estaba muy cansada y necesitaba un momento de tranquilidad e intimidad después de un parto en el que todo el personal disponible estaba pendiente de cuándo nacía Abraham. Y qué error cometí. Yo nada sabía sobre el autoenganche y poca cosa a cerca del método piel con piel.
Un poco más tarde lo intentamos pero no se enganchaba bien. Bajamos a planta y nada más llegar, una enfermera, bien desagradable, me apretó los pezones para ver si salía leche haciéndome un daño terrible, para nada. Lo volvimos a intentar pero no se enganchaba y a partir de ahí entró en un letargo de varias horas de sueño. En ese momento intenté incorporarme para ir al baño y el dolor de cabeza se hizo muy evidente. Me costaba moverme y tenerme en pie. La cefalitis hacía acto de presencia. Pasaban las horas y el niño no mamaba.
A la mañana siguiente vino mi amiga Lida y, al ver la situación, empezó a movilizar a todo el mundo. Habló con las enfermeras, comadronas, pidió un sacaleches para estimular la subida de la leche y no perder la producción,…
Así fue como vino una comadrona, Araceli, e intentó darme algunas pautas; pero el niño no se enganchaba bien. Después de verlo llorar y llorar, nos vinimos abajo y pedimos que le dieran un biberón. Así empezamos con la lactancia artificial. Yo seguía extrayéndome leche un par de veces al día. Salía un poquito de calostro y con una jeringuilla se lo dábamos a Abraham. Pasaron los días y el niño seguía llorando. La dosis de biberón no le bastaba y nadie se había dado cuenta. Fue una persona de la familia que nos dijo si tal vez las enfermeras pensaban que el niño mamaba y no le aumentaban la dosis. Lo hablamos con las enfermeras y le aumentaron la cantidad. Seguíamos intentando que se enganchase. Me dolían los pezones. Y sólo una mañana habíamos conseguido que mamase.
Al fin, el sábado, después de que me hiciesen el parche hemático, empecé a encontrarme mejor. Volvimos a llamar a una comadrona y me ayudó mucho. Esta vez sí lo conseguimos. Y a partir de ahí Abraham empezó a mamar con normalidad. Cuatro días después de haber nacido conseguimos iniciar la lactancia materna.
Cada día, al volver de darle el baño, preguntaba a las enfermeras su peso. Viendo que descendía rápidamente hice venir a la pediatra, quien me dio unas pautas para seguir con la lactancia mixta. A la salida del hospital, 8 días después de haber nacido, había perdido un 12% de su peso. Más tarde, en las visitas a su pediatra ambulatoria y tras numerosos controles de peso, ella seguía aumentando la dosis de lactancia artificial y yo, que ya disponía de numerosa información y leía mucho (gracias Carlos González por tu maravillosa aportación a la maternidad), decidí paralizar la dosis, aumentar la frecuencia de la lactancia materna y más tarde reducir la dosis de la lactancia artificial. Al mes de vida de Abraham decidí suspender la lactancia artificial. No todo fue un camino de rosas. A los dos meses, una acumulación de leche en un pecho, a los tres meses una perla de leche en el pezón que apareció en varias ocasiones durante toda la lactancia. Y poco más.
Eso sí, muchas críticas sobre: cómo le daba, cuánto le daba, hasta cuándo, por qué antes de comer, etc…
Abraham ha mamado hasta los tres años y porque ha sido mi deseo ir dejándolo. Practiqué la lactancia en tándem durante 10 meses y estoy más que satisfecha con el resultado pero la situación empezó a resultarme incómoda y poco a poco fui consiguiendo un destete gradual. Aun hace pocos días me pedía “mametes” porque me gustan mucho, me dijo.
Con Ernest todo fue muy diferente. El parto ya fue muy distinto. No había sufrimiento fetal. Sólo se retrasó por problemas con la epidural. Una vez se calmaron los dolores de las contracciones, empecé con el expulsivo. Unos cuantos empujones y Ernest asomaba la cabeza. Enseguida me lo pusieron encima. Y, una vez cortado el cordón umbilical y envuelto en una manta, me lo dieron. Lo destapé un poco y lo puse piel con piel. Enseguida empezó a buscar. Tras un par de minutos, le empujé un poquito y pronto se enganchó.
Una vez en la habitación le fui dando cada poco. Lo tuve a mi lado prácticamente todo el tiempo. Sólo dormía y mamaba. Y así transcurrieron los dos primeros días en el hospital.
Al llegar a casa todo cambió. Empezó a llorar mucho. No se podía dormir. A veces hacía cacas normales pero otras veces eran verdosas. Cuando mamaba se dormía a los pocos minutos. Incluso si lo mantenía sentado. A los 15 días, viendo que la situación no mejoraba, me dirigí a la ABAM (Associació Balear d’Alletament Matern). Les expliqué lo que nos pasaba y que había empezado a darle de mamar en la postura de caballito. Me recomendaron que continuase así. Parecían los cólicos del lactante. Tenía que conseguir que mamase hasta el final de un pecho y luego empezar con el otro. Así que, hasta los 3 meses aproximadamente, sólo mamaba de un pecho.
Todo iba más o menos bien, pero al mes y medio de vida empezó a hacer ruido mientras mamaba. Era como un chasquido. No me molestaba en absoluto, pero hacía mucho ruido y tragaba aire. Volví a la ABAM y le detectaron un poco de frenillo, algo estructural. Podíamos operar o no, porque era leve. Finalmente lo descartamos. Lo superó en pocos meses.
Y hasta los 4 meses, más o menos, le di de mamar a caballito. Como ya no hacía ruido ni se dormía tanto y las cacas eran normales pasé a darle de mamar en la posición de cuna. Estaba agotada. Me dolía tanto la espalda de sujetarlo sin apoyo. A partir de ahí todo fue coser y cantar. Ni un problema más hasta el momento. Con 1 año y medio sigue mamando y seguirá hasta que los dos queramos.