Acompañar la pérdida
Hoy, mi hijo de 7 años, ha sido consciente, experimentando las emociones en su propio cuerpo, de lo que es vivir un duelo.
Ernest estaba leyendo la historia del Titanic narrada por un niño (un cuento que tenemos que le encanta) y le ha hecho ponerse triste porque narra el hundimiento y sus consecuencias, enumerando entre ellas, el número de fallecidos. De repente, se ha acordado de un ratoncito, que tenía el abuelo desde hace algo más de un año y medio, y que murió hace unas semanas.
Se ha puesto muy triste y ha empezado a llorar de forma desconsolada. Tanto que se le ha tapado la nariz y le faltaba la respiración.
Le he acompañado desde el respeto, la empatía, la validación, el abrazo, el amor y mi propio llanto. Los dos hemos acabado rememorando algunas pérdidas sufridas en nuestras vidas.
Le he explicado que esto era una de las muchas fases de un duelo y que era estupendo que pudiera ponerle palabras. Ha sido un momento muy intenso y de una conexión muy potente. Le he acompañado sin juicios, sin negar sus sentimientos, sin decirle que no es para tanto o que se le pasará. Lo he hecho simplemente como me hubiera gustado que me hubieran acompañado a mí en mis duelos.
Desde el primer momento he sabido que mi hijo estaba sufriendo como nunca. Y me ha dolido a mí también. Porque no era el dolor de un golpe o un rasguño, que pronto se pasa. Era el dolor del corazón. Ese que deja un rastro para siempre.
Hoy algo se ha roto dentro de él, para convertirlo en otra persona, para hacerle crecer y madurar. Para acercarle un poco más a la realidad de la vida. Tal vez un paso más lejos de la inocencia infantil y más cerca de la edad adulta.
Gracias, hijo mío, por compartir conmigo tu intimidad. Hoy siento que yo también he crecido como madre.
Vanessa Ojeda