Hace un par de semanas surgió una conversación en el trabajo sobre la reciente moda de hacer fiestas sin niños, bodas sin niños, etc. y me animaron a escribir sobre ello.
La tendencia en los últimos tiempos es apartar a los niños “para que no molesten”. Se han creado tanto restaurantes sin niños como hoteles sin niños, bajo la denominación “only adults“. Que yo no digo que sea algo malo pero qué es lo que pretendemos ¿excluir a los niños de nuestros actos sociales?
No nos engañemos; a todos los que somos padres nos gusta disfrutar de momentos de relax, silencio, intimidad y descanso. Pero son necesidades puntuales, sanas y que tienen como intención recuperar fuerzas, despejarse o pasar un rato en pareja. Y, sinceramente, yo no digo que a veces no me molesten los gritos de los niños pero sus gritos son parte de sus emociones. Gritan cuando están felices. Los niños son alegría, son vida, son ilusión, son inocencia, son experiencias. Y seguro que somos capaces de empatizar con ellos y entender que tienen derecho a expresarse.
Por otro lado, nuestra sociedad, como reflexionó una compañera durante nuestra conversación, bien que ha cogido a las mascotas, a las que se les ha otorgado un protagonismo algunas veces hasta inverosímil, dándoles un trato tan delicado como a los niños: se les lleva a la peluquería, se les compra ropa, juguetes, se les lleva en brazos, … incluso actualmente su protagonismo es mayúsculo llegando hasta el punto que ya son admitidas en tiendas, hoteles, restaurantes y autobuses.
Qué bien que cada vez sean aceptadas en más sitios, pero qué curioso que los niños cada vez estén más excluidos. Hay algo paradójico en todo esto.
¿Tiene sentido que a un hotel te puedas llevar a tu perro pero no a tu hijo?