Cuando salimos del hospital con Abraham, 21 de agosto de 2012, en la calle, había una temperatura de unos 40 grados. Y así como son los abuelos: tapa al niño que no coja frío. Me hicieron ponerle la toquilla por encima y yo, por no discutir, se la puse. Lo pusimos en el cuco y lo metimos en el coche. Lloró todo el camino sin parar. Llegué a casa, dónde, nunca olvidaré, el termómetro marcaba 32 grados (en el interior de la casa). Me desnudé y a él también y le di de mamar. Ese fue el resultado de su primer viaje en coche. Durante 6 meses, siempre lloró al subir al coche. Claro que Ernest con 9 meses aún lloraba muchas veces.
Después de 20 días muy duros, y varios de ellos llorando a todas horas, excepto por la noche, le diagnosticaron cólicos del lactante. Probamos varias cosas: Colikin, fisios osteópatas, baños calientes, la postura del tigre, etcétera. Nada funcionaba. Salir con el carrito también era una odisea. Al cabo de 15 o 20 minutos de paseo se ponía a llorar.
Para entonces ya habían empezado los problemas de sueño. Desesperada y ante la vuelta al trabajo de mi marido, decidimos probar el porteo. Nos habían dejado un par de mochilas, pero Abraham aún era un poco pequeño. Así que decidimos comprar una. Como no habíamos buscado información al respecto y tampoco conocíamos a nadie, en ese momento, que supiese del tema, acudimos a una tienda prenatal y compramos una mochila que se podía usar desde el nacimiento. Al empezar a probarla lloraba, pero después se calmaba. Poco a poco le fue gustando. Y así cada día tenía que salir un rato a pasear para que se durmiese. Un par de meses más tarde, al acudir a un grupo de apoyo, supimos cuáles y cómo eran los portabebés ergonómicos. Como Abraham empezó a dormirse en el cochecito cuando cumplió 4 meses pues, el portabebés, pasó a segundo plano. Sólo lo volví a usar una temporada cuando empezó a ir a la escoleta. Y ya nunca más se supo.
Con Ernest todo ha sido muy diferente. Durante el embarazo de Ernest y, teniendo mucha más información, decidí que si alguien me preguntaba qué nos haría ilusión para el bebé, pediría el fular portabebé. Fueron los compañeros de trabajo de mi marido quienes nos preguntaron y se encargaron de comprarlo. Al nacer Ernest fuimos a visitarlos tanto a la semana como también a los 15 días de vida. Entonces nos dieron el fular. Al salir fuimos a la tienda para que nos explicasen cómo colocarlo y salimos con él puesto. Desde ese día fue una herramienta imprescindible. Al principio costó un poco cogerle el tranquillo. Ernest lloraba y era complicado colocarlo. Una vez que cogimos soltura, fue coser y cantar.
Cada día acompañaba y recogía a Abraham de la escoleta. Así que llevar a Ernest en el fular me dejaba las manos libres. Se dormía habitualmente. Pasado un tiempo ya solo se dormía una vez que habíamos dejado a su hermano. Podía llegar a estar 2 horas dormido sin enterarse de nada. Yo podía hacer montones de cosas e ir a montones de sitios donde el cochecito se hacía un impedimento para pasar. Era una sensación maravillosa tenerlos tan pegaditos. El calor humano es muy agradable.
Durante 5 meses fue el fular elástico; después la mochila ergonómica. El problema llegó con el calor. Hacía mucho calor, así que empezamos a probar con el cochecito. Le costaba muchísimo dormirse y solo en unas cuantas ocasiones lo conseguimos. Pero él disfrutaba paseando y mirándolo todo.
Cuando Abraham se puso enfermo me tuve que quedar con los dos por las mañanas y salíamos al parque, así que no le quedó más remedio que dormirse. Para entonces ya tenía 9 meses. Al principio lloraba y lloraba. Luego muchas veces ya se dormía por el camino.
Sé que el porteo no ha acabado, pero ahora será de otra manera. Lo que sé es que sin portearlo no hubiese podido con todo. Al tener un niño mayor, portearlo me ayudaba a poder disponer de dos manos libres para llevar a mi otro hijo, hacer la compra, ir en autobús, ir a sitios donde se hace complicado acceder con cochecitos y sobre todo lo llevaba cerca de mí. En invierno nos dábamos calorcito el uno al otro. En verano resultado algo más incómodo. Pero ante todo es una experiencia maravillosa sentir piel con piel el calor de su cuerpo.
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