Hace un tiempo leí algunos comentarios sobre lo poco que nos bañaban a nosotros cuando éramos pequeños. La gente decía: “A mí también me bañaban solo los sábados”. Y entonces recordé que era cierto. Que a nosotros de pequeños nos bañaban poco, incluso sólo una vez a la semana.
Pero en algún momento de nuestras vidas eso fue cambiando. No solo la necesidad de bañarse a diario, que se da a medida que empezamos a sudar, época de pubertad y hormonas, sino también porque algo socialmente ha cambiado. Y la obsesión por la limpieza y los productos asociados a ella han proliferado.
Así que ahora cuando somos padres recibimos consejo de realizar el baño a diario, aunque a veces lleva la coletilla de “con jabón día sí, día no.”
Y sin darte cuenta acabas dándole el baño cada día y como un día no se lo des, parece que has cometido un pecado.
En nuestro caso, yo, al principio, no me tomé muy en serio lo del baño. Se lo dábamos cuando el niño estaba receptivo, casi siempre por las mañanas, de recién nacido y después se fue normalizando como parte de una rutina diaria para intentar que se relajase para dormir o para pasar el tiempo, ya que permanecía muchas horas despierto. Y poco a poco se instauró como parte de nuestro día a día. En los inicios el jabón no era un problema pero a medida que fue creciendo, y sobre todo desde que empezó a ir a la guardería, el jabón se convirtió en elemento indispensable del bañito, especialmente para su padre, cuya obsesión por la limpieza se proyecta en forma de una bañera espumosa, esponjas desgastadas de tanto frotar y niños cubiertos de jabón. Entonces yo empecé a reflexionar, llegando a la conclusión de que éramos un poco exagerados.
Así que cuando los baño yo, muchas veces lo hago sin jabón y otras solo repasando manos, pies y culete. (Pero que no se entere mi marido, je, je, je…)
Por ejemplo, mi hijo mayor no soporta que le caiga agua por la cara cuando le lavamos el pelo y mucho menos el jabón. Así que se convierte en un drama. Al final conseguimos calmar los ánimos dándole una toalla para secarse cuando le cae agua y jabón, y funciona mucho mejor.
Lo que está bastante claro es que a los recién nacidos no les gusta nada que les bañemos. Se asustan al estar en el agua. Tienen frío. Se sienten inseguros.
Más adelante empiezan a disfrutar chapoteando y cuando ya caminan les encanta estar en la bañera jugando con el agua.
Sea como fuere hoy en día nos hemos obsesionado un poco con la limpieza y sobreprotegido a los niños para que no toquen las cosas del suelo, no se ensucien, etc. Yo no soporto que se manchen la ropa porque la colada hay veces que me supera. No doy abasto. Pero lo que no puedo tolerar es que cojan cosas del suelo en la calle porque no soporto lo sucia que está la calle (y ahí va mi crítica del día): llena de cacas de perro, además de todo lo que tira la gente al suelo o deja abandonado.
Pero nuestra obsesión por la pulcritud nos ha llevado a hacer las bacterias más resistentes, las alergias y asmas, así como pieles atópicas, más frecuentes. Quizás bañar a los niños una vez a la semana no era tan mala idea.