Sumas 11
Abraham, naciste un caluroso día de agosto en que los jugosos higos estaban listos para ser recogidos. Aunque curiosamente eres el único de la familia al que aún no le gustan los higos (mantengo la esperanza de que algún día puedas llegar a enamorarte de ellos).
Llegaste rápido, tras un parto violento, seguido de un postparto complicado, que auguraban un futuro removido. Nada fue fácil desde que naciste. Ni la lactancia, ni el sueño, ni los llantos. Y es que cómo podía saber yo que nada iba a ser fácil contigo. Porque tú llegaste a mi vida para retarme, para ponerme a prueba, para poner mi vida patas arriba.
Hiciste de mi existencia un cúmulo de preguntas, una carrera de fondo, una incesante búsqueda de respuestas. Por ello, no me ha quedado más remedio que salir de mi zona de confort, revisar mis expectativas sobre la maternidad y moverme a la acción.
He tardado más de diez años en ver cómo las piezas del puzzle encajaban para corroborar que tú eres especial. Y eso que te hace especial necesita ser atendido desde la empatía, la paciencia, el amor y la búsqueda de respuestas, tanto para ti como para mí.
Acabas de cumplir once años y cuando te miro a los ojos te veo desde otra perspectiva o quizás te miro con otros ojos. Veo lo perdido que has podido estar y lo muy perdida que he estado yo. Veo un niño nuevo. Alguien que está creciendo y madurando a pasos agigantados. Te veo diferente. Vuelves a reír a carcajada limpia. Te resulta menos difícil socializar con otros niños desconocidos. Sé que ahora lloras de verdad cuando algo te supera. Y me coges fuerte de la mano cuando algo te emociona. Me sorprendes cuando me dices que quieres que empiece ya el cole y me asusta que el próximo curso te vayas a ir de viaje de estudios. Me encanta que me abraces tanto y me des algunos besos, con lo difícil que te resulta.
Y sé que, como cualquier noche de finales de agosto que avecina tormenta, el viento será favorable y tras la lluvia abrirá ante ti un firmamento repleto de estrellas.
Hoy me recuerdas a una época de mi infancia en la que viví desorientada, seguramente por ese motivo yo he procurado guiarte cual brújula para que, al contrario de mí, te sientas acompañado. De repente, me he dado cuenta de todo el camino que hemos recorrido juntos. No he podido evitar echar la vista atrás treinta y dos años y recordar cómo era mi vida a los 11 años y he sido consciente de cómo hemos frenado la tuya, intentando sobre protegerte de las hostilidades de este mundo. Sin embargo, he decidido que es hora de soltar. De dejar que tú mismo descubras cosas de este mundo que aún desconoces. Es hora de confiar en que todo lo que hemos sembrado dará su fruto. Es hora de impulsar tus alas. Te prometo que lo voy a intentar. Sé que tú eres responsable.
Felices 11, Abraham. Te quiero, así como eres, cuando brillas como una estrella y cuando te apagas, como la luz del día.
Vanessa Ojeda