Por mucho que digan algunas mujeres nuestro parto marca de una u otra manera, sea un buen o mal recuerdo; hay un antes y un después. Algo nos debe remover porque sea como fuere siempre acabamos hablando de él cuando se da la ocasión.
Cuando estás embarazada por primera vez te encuentras que siempre hay alguien dispuesto a contarte con pelos y señales cómo fue su parto, especialmente si no fue una buena experiencia. Y tú piensas: “yo no quiero saber nada, no quiero oír historias de miedo con un toque gore y todo. ¡A quién se le ocurre!”. Al final, acabas cortando sus historias así como puedes: “Uy no importa que me cuentes nada más” o cambiando de tema.
Lo que llevaba peor yo era que me contaran historias de abortos, malformaciones, enfermedades detectadas durante el embarazo o tras el nacimiento. Ahí ya saltaba en plan: ¿crees que me tienes que contar esto estando embarazada?”.
Y cuando ya esperas el segundo hijo y/o siguientes, te da un poco igual porque ya has vivido la experiencia y has creado tus propios recuerdos y vivido tus propias emociones.
Pero pasado un tiempo, cuando ya has asimilado tú/s parto/s, de repente, te encuentras o conoces a una embarazada y te empieza a preguntar cosas sobre tu embarazo hasta llegar al momento del parto. Y tú piensas: “oh no, ¿por qué me habrá preguntado…?” e irremediablemente se abre la caja de los recuerdos y empiezas a relatar tu experiencia durante el parto. Pero en algún momento recapacitas y dices: “ya está bien” y echas cremallera en boca…. o no.
La cuestión es que sin quererlo te has convertido en un eslabón más de la cadena de transmisión oral de tradiciones de madre a madre. Y te preguntas: “¿No era yo la que pensaba que por qué la gente no podía ahorrarse sus historias del parto?”
Dos puntos de vista de una misma situación.
¿Qué pretendemos dar una charla informativa para que a la pobre mujer no le pille nada desprevenida o desahogarnos una vez más compartiendo un momento que nos marca profundamente?
Vanessa Ojeda