¿Qué te impide moverte?
Cuántos somos los padres que nos lamentamos de que nuestros hijos no nos escuchan cuando en realidad lo que queremos decir es que nuestros hijos no nos obedecen. No hacen lo que queremos que hagan. No cumplen con lo que se les pide.
Nos instalamos en la queja, esperando que cumplan órdenes, que se muevan o que hagan lo que nosotros queremos. Aunque, como ya habréis anticipado, esto no pasa solo en la crianza.
De un tiempo a esta parte, me ha dado por reflexionar lo fácil que nos resulta quejarnos y quedarnos ahí, en ese punto en el que victimizarnos, desde el que poder lamentarnos de nuestros problemas. Yo he sido esa persona. No es que haya dejado de serlo, sino que ahora soy más consciente de ello y cuando me pillo a mí misma en esa posición, cambio el chip.
En mi casa, durante la adolescencia, me decían que parecía un departamento de quejas. Ahora me río porque me parece una realidad. Aunque entonces, pude sentirme poco comprendida y acompañada. La alta sensibilidad te otorga un sentido de la justicia estricto. Así que, casi nunca crees que el otro está aportando lo mismo que tú, percibes muchas de las situaciones como injustas, te sientes atacada, te tomas las cosas de forma personal, sientes que te mereces algo mejor, que lo das todo. Y percibes las diferencias como algo negativo. Hay algo más, algo que te hace acomodarte en esa posición.
¿Qué te impide moverte? Busca en tu interior, ¿qué ganas estando ahí? Y encontrarás respuestas.

A base de mucho trabajo interior, aprendí a ser consciente de que quedarse instalada en la queja no te lleva a ningún sitio, solo se convierte en un círculo vicioso, del que resulta muy complicado salir. Y es cuando decides que hay que enfocarse en buscar soluciones, moverse a la acción. Hacer algo para que, lo que no nos gusta, cambie. A veces, se tratará de negociar, otras de poner límites, algunas de tomar partido, otras de tomar el mando, o de distanciarnos, de soltar, de confiar, de delegar, de ser más flexibles, de preguntar, de escuchar, de comunicarnos, de hacer pactos, de expresar nuestro malestar, de comprender y sentirse comprendida.
De cualquier cosa que haga romper esa situación que nos molesta, acabe con el conflicto y se convierta en un paso más hacia el objetivo.
La teoría está muy bien, pero hasta que no he sido madre y no me he tenido que enfrentar a diario a los conflictos entre nosotros, no he sido capaz de poner en práctica la acción para que algo cambie. Aun así, hay días en los que sigo instalándome en la queja, aunque percibo que son muchos menos que antes.
Y tú, ¿sigues instalada en la queja? ¡Muévete a la acción!
Vanessa Ojeda