Adiós cole, hola vacaciones
¿No os pasa que las semanas previas al fin de curso son muy intensas? Para mí, y así lo comparten muchas madres también, son días de locura. Mi sensación es que hay mucha necesidad de cierre. Cierre del curso escolar, de las extraescolares, de las terapias, de los maestros que se despiden, de los regalos de fin de curso, los festivales, las fiestas. Y personalmente, siento la necesidad de acabar o zanjar temas, antes de que los niños tengan vacaciones. Aunque, por otro lado, se inician cosas nuevas, con ilusión y un poco de temor. La cuestión es cómo equilibrarlo todo.
En estas últimas semanas, además de tener mucho trabajo, actividades, actos sociales y gestiones, me he visto inmersa en un auténtico huracán emocional. La semana pasada ya os hablé de los espacios reparadores porque sentía que era lo que necesitaba. Pues esta semana ha sido también muy intensa y hoy me siento cansada. Desganada. El calor no ayuda, pero sé que no es solo eso. También me afecta la fase hormonal en la que estoy y por supuesto, no voy a negarlo, cómo me han removido todas las emociones vividas en los últimos días. La mayoría, auténticas declaraciones de amor incondicional.
Me he emocionado cuando mi hijo pequeño me ha dado una tarjeta que decía: “Mamá y papá. Gracias por cuidarme y darme lo mejor de vosotros mismos”. También cuando mi pareja ha compartido un párrafo de un libro que le recordaba a mí. Cuando he hablado de mis hijos con sus terapeutas o cuando he compartido las tardes con mujeres hablando de los niños y las dificultades a las que nos enfrentamos. Al compartir un café con una amiga. Y también cuando mis compañeras de trabajo me han regalado palabras de agradecimiento inesperadas, durante una sesión de cuidado del equipo.
Y de esto último es de lo que realmente quiero hablar hoy. Porque una de mis compañeras compartió algo que me afectó de forma directa. Dijo que ella no estaba habituada a recibir. Sintió que le costaba.
A mí, sus palabras, me dieron que pensar y me vi totalmente reflejada. Me cuesta recibir amor incondicional por parte de los demás. No estoy acostumbrada. Incluso llego a sentir cierta culpa y dudas de si realmente merezco esas palabras. Y no solo eso, sino aún peor, sentí lo mucho que me cuesta demostrar amor incondicional. Lo difícil que me resulta decirle a los demás lo que siento, destacar sus fortalezas, hablarles de lo que me gusta de ellos, lo que me hacen sentir o lo que me inspiran. Siento resistencia al pensar en ello y mucha dificultad al expresarlo. Y cuando por fin me decido a hacerlo, quizás ya se ha pasado la oportunidad.
Seguro que ahora entenderéis mejor porqué me cuesta poco escribir pero bastante hablar. Los que me conocéis, espero que este post os ayude a comprenderme un poquito más. Tardé muchos años de mi vida en recibir amor incondicional y eso dejó una huella tan grande, que aún es visible en mi forma de ser.
Obviamente, por mis hijos, me esfuerzo más que nunca en que eso deje de ser así. En el camino estoy.
Feliz verano,
Vanessa Ojeda