¿Cómo gestionamos este tema con nuestros hijos?
Empezaré contando que fui la típica niña de notas altas. Para complacer. Porque era mi deber. Para tener un futuro mejor y no dedicarme a limpiar escaleras. Para conseguir el amor de mis padres. Estos fueron los mantras que me acompañaron durante mi etapa de estudiante.
Así llegué a estudiar una carrera práctica, con muchas salidas. Seguramente no la que hubiera querido. Pero una que se me podía dar bien y con la que podría ganarme el pan. Y me lo he ganado, sin parar, desde que acabé la carrera.
Después de eso, tenía que estudiar oposiciones, según las recomendaciones paternas, para conseguir un puesto de trabajo para toda la vida. Pero ahí, me planté. Yo no me veía a mí misma, tras una ventanilla, repitiendo: “Vuelva usted mañana”. Así que trabajaba como administrativa y contable, en precario. Posteriormente me formé en RRHH (ya sabía entonces que las personas era mi campo de actuación). Conseguí empezar a trabajar en un departamento de RRHH. Aunque pronto me di cuenta de que, en muchas empresas, los recursos resultan ser inhumanos.
Mientras tanto fui madre dos veces. Y ahí cambió toda mi perspectiva. Y a los 40 llegó el trabajo que desempeño actualmente y que, aunque no me proporciona libertad financiera, me llena, me encanta y hace que me sienta bien, orgullosa y realizada, además de sacar lo mejor de mí.
Todo esto sirva para contaros que cuando pensaba en mis hijos, el cole, los deberes, etc., me imaginaba a mí misma presionando a los niños para que estudiasen, para que sobresaliesen, reforzando aquello que no se les diese tan bien. Sin embargo, tuve la oportunidad de aprender sobre crianza respetuosa, aprender a no rescatar, a dejar que ellos se hagan responsables de sus actos y así fue como poco a poco fue creciendo en mí la necesidad de abandonar el control.
Aunque seré sincera, no siempre lo consigo. Pero lo intento todos los días. Algunos, sale el automático, porque es lo que tengo interiorizado, otros consigo controlarlo.
El caso es que mi hijo odia hacer deberes. Es ponerse delante del papel y entrar en bucle de frustración. Eso me irrita mucho. Suelo plantearle que él es quien decide si los hace o no y que puede organizarse para hacerlos lo más rápido posible y pasar a otra actividad más placentera.
Opta por hacerlos porque prefiere eso a que la maestra le riña. Pero puede pasar 2 y 3 horas entre quejas y llanto para hacerlos. Y, a veces, tampoco los acaba.
Hace unos días, estábamos en confinamiento, y después de haber tenido una súper crisis, decidí confiar plenamente en él. Sin conflictos, sin control, sin presión. Confié en su criterio. Tenía todo el día por delante para hacer las tareas que había acumulado o la posibilidad de ir al colegio y enfrentarse a la maestra y decirle sinceramente que no los había acabado. Solo puse un límite: a las 20:30h. se acababa el tiempo de los deberes. Y lo cumplí.
No acabó, pero tampoco hubo malestar, enfados ni frustración por ninguna de las partes. Él tuvo remordimientos e incluso intentó culparme de no acabar. Pero me mantuve firme y calmada. Al día siguiente su maestra le dijo que podía ir entregándolos a lo largo de la semana. Aún están sin acabar. Pero yo he dejado que experimente su responsabilidad y las consecuencias de sus actos. No ha sido fácil. Pero así funciona el aprendizaje. Imitación, observación, experimentación y padres presentes.
¿Acaso son más importantes los deberes que la relación con mi hijo? ¿Quiero que toda la vida recuerde que para que yo le ame debe hacer los deberes? Para complacerme, para ganarse mi amor, para destacar y ser visto. NO.
Ahora falta trabajar esa parte en la que él consiga no complacer a los demás tampoco y sea capaz de decirle a su maestra: No me gusta hacer los deberes.
Y vosotros, ¿cómo os enfrentáis a la hora de hacer los deberes?
Vanessa Ojeda