Puede pasar que en tu familia no encuentres un referente o que la crianza resulte un tanto caótica o contradictoria. En esos casos las escuelas pueden ser una segunda oportunidad donde conocer los valores, expresar las emociones, crecer y encontrar guías a lo largo del camino.
En mi caso, considero que así fue. Encontré un lugar donde sentirme acompañada, donde aprender valores y además tuve la suerte de toparme con grandes maestros. Uno de ellos incluso fue especial porque me enseñó a guiarme por la estrella polar cuando yo estaba totalmente perdida, desconectada y desubicada en mi entorno familiar. Por ello para mí el colegio fue un sitio muy especial del que guardo un buen recuerdo. Tanto es así que muchas de mis amistades actuales son ex-compañeras del cole.
Precisamente porque es un lugar que marcará nuestras vidas, considero muy importante lo que allí pasa y hoy os quería contar algo que viví en la escuela de los niños.
Hace unas semanas tuve oportunidad de ir a la clase de mi hijo Abraham a hacer una actividad (os cuento otro día).
Mientras esperaba que se quitaran los abrigos, mochilas, dieran las notas a la maestra, etcétera, estuve en el pasillo algo más de 10 minutos.
Desafortunadamente pude ver una fila de niños, alineados por parejas, preparados para bajar por las escaleras camino de algún destino desconocido para mí. Una maestra les precedía.
Por suerte para mí, desde mi ángulo de visión, no podía verla, porque de haberla visto no habría podido evitar sentir rechazo hacia ella siempre que me la hubiese cruzado.
Los niños, calculo que tendrían ocho o nueve años. Lógicamente se movían y hablaban sin parar.
La maestra empezó a contar: “uno, dos, uno, dos, tres, cuatro, uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis,…” y llegó su primera perla: “a estas alturas de curso y ¿aún no sabéis contar?”.
Ella pidió silencio, pero viendo que no funcionaba soltó su segunda perla: “¿quién es la maestra aquí?” “Yo, ¿no?, pues os calláis”. Lógicamente alguien siguió hablando y ya con un tono mucho más alto y desagradable de lo normal soltó: “O te callas o te dejo aquí. Te lo juro, te dejo, ¿eh?”. Siguió contando y viendo que algunos estaban descolocados repitió: “A estas alturas de curso y ¿aún no sabéis qué número de la lista sois?”
Afortunadamente ya me tocó entrar y me perdí el final de la historia.
Y, ¿qué quiero transmitir con todo esto?
Lo sé, pasa a diario, en cientos de colegios, pero no por eso deja de indignarme.
Son las formas. La política de la amenaza, el miedo,… Realmente es el reflejo de la frustración por no saber gestionar la situación.
Hay que ganarse a los niños, hay que enseñarles a hacer las cosas, darles oportunidades, creer en ellos, alentarlos a probar, tratarlos con respeto y cariño, recordándoles cómo se hacen las cosas y cuáles son las normas, y también las consecuencias de incumplirlas.
Totalmente de acuerdo, la educación empieza en casa, pero continúa en la escuela, en la calle, en el trabajo, en los grupos, en la vida. En todas partes.
Por mucho que trabajemos en casa, si luego nos encontramos con esto no podemos esperar que nuestros hijos tengan ganas de ir al colegio ni motivación por hacer lo que les mandan.
Obviamente todos decimos cosas inapropiadas a diario a los niños, pero las palabras de una maestra (ejemplo para los niños, modelo a seguir) deben ser cuidadas. Pueden y saben hacerlo mejor.
Hay que tomar conciencia y educar para mejorar el mundo no para destruirlo.
Y si las primeras oportunidades fallan y también lo hacen las segundas oportunidades, ¿habrá una tercera?
Vanessa Ojeda