Mujer, sin hijos
Cada vez es más habitual escuchar a madres sinceras decir que les gustaría retroceder en el tiempo y volver a tener la vida que tenían antes de ser madres. Anhelan una vida sin hijos. Porque desde que los han tenido se sienten frecuentemente enfadadas y malhumoradas.
Y no me extraña. Somos madres normales cuando nos gusta ser madres y también cuando no nos gusta. La maternidad es la labor más larga e intensa que haremos durante toda nuestra vida. Y, como cualquier otra, tiene momentos maravillosos y otros, decepcionantes. Cuando digo decepcionante, suena a que no cumple nuestras expectativas. Y así es. Yo no podía imaginar lo duro que era esto. Lo intenso. Lo desbordante.
Hace días que tengo estos pensamientos ambivalentes de los que me hablan otras madres. Hay momentos en los que me siento feliz de ser madre y estoy conectada con mis hijos. Otros en los que preferiría que no estuvieran presentes. De repente, he sentido añoranza de esa época de nuestras vidas en la que mi marido y yo podíamos dedicarnos mucho tiempo el uno al otro.
Me asfixia que se acuesten tan tarde y se levanten tan pronto, entre otras cosas. Eso no me da tregua. Apenas encuentro espacios para mí o con mi pareja. Me he levantado a las 05:00h para poder encontrar un momento para mí y escribir este post.
Hace unas semanas, mientras estábamos de vacaciones, las emociones fuertes tomaron el mando. Mis hijos estaban sobre excitados y nosotros, que buscábamos calma, reconexión, diversión y paz, nos encontramos con un conflicto tras otro. Cuestión de expectativas, sí. Frustración, también. Llegué a plantearme si realmente era una buena idea volver a viajar juntos o deberíamos planificar un viaje en pareja.
Esa necesidad de retroceder en el tiempo no había sido tan intensa en mí antes. O sí, y no lo recuerdo. Solo sé que ahora siento que toda esa sobre excitación me supera en muchos momentos y choca con mis necesidades.
Esta última semana ha sido muy dura también, porque no conseguía cooperación por parte de los niños y yo estaba trabajando a tope. Han salido sapos y culebras por mi boca, de pura desesperación. De ver cuántas veces tengo que pedir ayuda, no obtener respuesta y acabar acudiendo a los gritos. La derrota. Sentir que solo me queda rendirme. Esto también es la maternidad. Es una maternidad real, de la que se habla más bien poco. Por suerte, cuento con un espacio de madres, libre de juicios donde poder hablar de lo que siento sin tapujos. Obviamente, después me repongo, reparo y vuelvo a empezar.
No queda otra que encontrar la manera de acompañar estas emociones (las suyas y las nuestras) y quedarnos con lo positivo de cada día. Que lo hay y mucho más de lo que valoramos. Porque retroceder en el tiempo no se puede. Y volver a ser la que era, antes de ser madre, no quiero.
Vanessa Ojeda