En muchos hogares la hora de ir a dormir se convierte en una auténtica pesadilla. Y muchos padres no saben qué hacer para superar el momento. Día tras día acaban desesperados intentando acortar el tiempo que los hijos tardan en ir a la cama.
Todo empieza cuando llega el momento de ir a darse el baño o la ducha. No quieren dejar de jugar, intentamos una y otra vez que se encaminen hacia la bañera. Empezamos a impacientarnos hasta que la petición se convierte en una orden. Entonces ellos más se niegan a venir. Nosotros nos enfadamos porque no nos hacen caso y así empiezan las luchas de poder.
Una vez alcanzado el objetivo de ducharse, llega la temida hora de la cena. “Que esto no me gusta, que ahora vengo, que ahora subo, que ahora bajo, qué por qué esto, por qué lo otro, que no quiero más, qué hay de postre”, ahora tiro los cubiertos, ahora derramo el agua,… Mientras nosotros intentamos hacer 20 cosas a la vez: acabar de hacer la cena, fregar los platos, preparar las cosas del día siguiente, poner la secadora,… Así entonces se alarga la cena una hora, casi dándoles la comida en la boca porque han llamado nuestra atención hasta conseguir que nos sentemos con ellos.
Al final acaban de cenar y llega el momento de lavarse los dientes pero de camino al baño siempre hay algo interesante con lo que entretenerse.
En esos momentos ya no tenemos ganas de juegos y bromas y todo es un “venga, venga, venga”. Como no hacen ni caso, empiezan las amenazas: “que si no acabas ya, no te contaré un cuento”, “que si no vienes, hoy dormirás tú solo”…
Ya se te han pasado las ganas de besos y abrazos, y bien enfurruñada te vas a duchar.
Cuando vuelves uno ya se ha dormido y el otro está a punto. Entonces te sientes fatal por haber acabado el día de esa manera.
Cada día quieres que algo cambie, o se produzca el milagro, pero sucede de nuevo lo mismo.
¿Sabes qué ha pasado? Vamos a analizarlo.
Rebobinemos. Los has recogido del cole. Habéis llegado a casa y ha empezado la retahíla de tareas: prepararles la merienda, vaciar las mochilas del cole, fregar platos, hacer la comida del día siguiente, pensar la cena y/o prepararla, poner la lavadora, recoger la ropa tendida, preparar pan y/o bizcocho, bajar a comprar algo que se te ha olvidado, intervenir 50 veces para que dejen de pegarse, pedirles 20 veces que recojan los juguetes, darles el baño, la cena, que se laven los dientes, que se meten en la cama,…
Y llega el momento de ir a la cama y estás agotada de todo el día (el trabajo, los niños, la casa) y tu necesidad básica consiste en darte una ducha, cenar y sentarte en el sofá o hacer algunas cosas pendientes e incluso irte a la cama directamente.
Y la necesidad de tus hijos: un ratito con los papis que han estado toda la tarde ocupados, jugar, contarles cosas, llamar su atención, excitarse porque llega la hora del cuento (por fin un ratito a solas con los papas).
¿Cuál ha sido el problema?
Que las necesidades de los adultos no tienen nada que ver con las de los niños. Nosotros deseamos una cosa y ellos otra. Y nuestra expectativa es que se duerman pronto para poder acabar el día lo más pronto posible porque estamos cansados.
¿Y cuál es la suya? Poder estar un ratito con papá y mamá, lo más largo posible, porque han estado muy ocupados toda la tarde y ahora llega el tiempo en exclusiva.
Ahora ya sabemos cuál es el inconveniente.
¿Qué podemos a hacer?
– Respirar,
– armarnos de paciencia,
– acompañarles en ese momento del día,
– darles las buenas noches,
– abrazarles y darles un beso,
– y descansar a su lado hasta que se duerman.
Vanessa Ojeda