Es habitual oír cómo nos quejamos de que nuestros hijos se pelean constantemente. Yo soy de las que digo que los míos “ni contigo ni sin ti”.
Es un tema que preocupa mucho a los padres. Buscan soluciones asistiendo a charlas, leyendo artículos, pidiendo asesoramiento… cuando en realidad gran parte de la solución está en ellos mismos.
La rivalidad entre hermanos existe porque compiten por el amor de los padres, por hacerse visibles a sus ojos. Y esto, ¿por qué ocurre? Pues porque, entre otras cosas, los padres no podemos evitar posicionarnos cuando se pelean. Fijaos cuando vuestros hijos entran en conflicto y analizad qué tipo de frases utilizáis. Quizás sean del tipo: “deja a tu hermano”, “no le molestes”, “no le pegues”, “para ya”. Todas son frases que señalan a un “culpable”. ¿A cuál de ellos estamos recriminando?
En cierta forma tendemos a proteger a uno de ellos, ya sea porque es el más pequeño, porque es el menos fuerte, o porque sentimos preferencia por él. Sí, sí, preferencia.
Hace años, cuando yo aún no tenía hijos, oí a mi madre decir que no se quieren a todos los hijos por igual. Yo siempre me enfrentaba ella y le respondía que eso no era verdad. Pero qué iba yo a saber de todo eso, si yo no era madre y además soy hija única. En cambio, ella es la mayor de cinco hermanos. Ahora sé que a lo que en realidad se refería es a que los padres no pueden evitar sentir preferencia por un hijo, tener un hijo favorito, el niño de sus ojos. En este momento reconozco que, en parte, tiene razón.
Además, es algo que vas notando poco a poco en tus gestos, en tus actos, en tu lenguaje corporal y en tu pensamiento. Y eso se acaba proyectando sobre los niños, y la distancia entre ellos cada vez se hace más grande. Pero no te atreves a hablar de ello públicamente porque te sientes culpable y realmente dolida porque les amas a todos, pero notas que sientes afinidad, con uno en concreto, porque se parece más a ti en sus cualidades, o porque tiene un carácter opuesto al tuyo, o porque es más dócil o es el más pequeño, o porque es menos problemático, quizás porque está en una fase más graciosa o tierna. Por lo que sea, pero eso está ahí.
Yo hace tiempo que lo siento y lo proyecto inevitablemente y sé que mis hijos lo notan. Por ello, porque soy ya consciente, quería escribir sobre este tema desde hace un tiempo. El empujón me lo dio el haber hablado sobre el tema en un grupo de madres.
Una mamá explicó abiertamente lo que le pasaba y muchas de nosotras le contestamos diciendo que nos ocurría lo mismo. Si abro el tema es porque ya he empezado a trabajar sobre ello. Busco herramientas para lidiar con los conflictos entre mis hijos. Peleas entre hermanos, que en gran medida se producen porque intervenimos cuando se enfadan, nos posicionamos, atacamos a uno de ellos, comentamos la rivalidad, les comparamos, usamos a uno de ellos de modelo, etcétera.
Hay que encontrar alternativas para gestionar esas situaciones, entre otras:
- dejar que resuelvan sus asuntos entre ellos, siempre y cuando no haya violencia o abuso (¿y cuando no lo hay?), si lo hay, hay que intervenir,
- dejar de compararlos,
- evitar hacer reproches a uno de ellos,
- e intentar enfocarlo como que al otro no le ha gustado lo que le han hecho,
- intentar no posicionarse del lado de ninguno en concreto.
Parece fácil, ¿verdad?
Los celos y peleas vienen, en gran medida, provocados por este tipo de sentimientos y actos nuestros. Está en nuestra mano mejorar la situación. No cambiando esa preferencia o afinidad, que es imposible, sino la manera en que la gestionamos.
De cómo sea su relación como hermanos ahora dependerá su forma de ser en la edad adulta. Para saber más os invito a leer “Hermanos, no rivales” de Adele Faber.
Vanessa Ojeda