Una etapa invisible
Cuánta información, cuánto apoyo y cuánta tribu nos rodea después del nacimiento de nuestros hijos. En la primera infancia, tenemos a la familia pendiente de nosotros. Estamos conectados con otras mujeres durante el embarazo y el postparto. Hacemos amistad con otras mamás que conocemos en las escoletas o grupos de crianza. Incluso organizamos quedadas conjuntas.
Es una época muy tierna de nuestros hijos donde cada ruido, cada gesto y cada poro de su piel nos enamora un poco más. Sus primeros pasos, sus primeras palabras, sus primeros garabatos y su risa contagiosa nos maravillan. Por eso, casi todo nos parece mágico, excepto las rabietas, en esta fase.
Por otro lado, tenemos especial preocupación por la última etapa de la infancia, la adolescencia. Vuelve a haber mucha información y acompañamiento porque es más bien temida que amada. La relación con nuestros hijos puede tomar distancia física porque ellos necesitan su espacio. Eso nos permite también recuperar un poco el aliento. E interactuamos con ellos desde una perspectiva más adulta. Compartimos algunas aficiones y actividades y hablamos de temas que generan debate, fomentando el pensamiento crítico. O así debería ser. Pasan en esta fase de vernos las fosas nasales a ver nuestra coronilla. 😉
Y, por último, quería hablar especialmente de la segunda infancia, por estar mis hijos en ella. Es un momento en el que la relación con la tribu se diluye un poco. Muchas madres trabajamos fuera de casa. Nuestros hijos acuden a actividades extraescolares y la organización familiar se complica. Hay menos información disponible además de un menor apoyo y menor contacto social. Sin embargo, es una etapa de transformación de nuestros hijos en la que aún nos brindan abrazos y besos y son muy conscientes.
Preguntan sobre temas trascendentales, hablan por los codos y su imaginación y su creatividad son infinitas. Aun quieren tenerte muy cerca. Corren a tu encuentro cuando vas a recogerlos al colegio, sueñan con ser adultos, siguen pensando que eres una heroína. Y también van perdiendo el miedo a ser quienes son. La picardía gana terreno en detrimento de la inocencia. Se forja la ironía, las bromas y los chistes. Y sus abrazos llegan a tu pecho, a la altura de un beso en su cabeza. Es una etapa bonita, de la que no se habla demasiado. Pasa muy desapercibida. Sin embargo, también es una etapa de crecimiento físico y emocional espectacular.
Como madre, siento la ambivalencia por la nostalgia de lo que fueron y la expectativa de lo que serán. Sin embargo, aquí y ahora, me quedo disfrutando de lo que son y cómo son en la segunda infancia.
Vanessa Ojeda
Deja una respuesta