Gracias a los libros de Carlos González hice una reflexión acerca de cómo nos criaban cuando éramos pequeños y cómo lo hacemos ahora.
Hace 30 o 40 años la mayoría de familias vivían aún cerca de sus padres/abuelos, y eso ayudaba a que la crianza de los hijos fuera más liviana, pues siempre había alguien para echar una mano. Se crecía en tribu. También había madres que no trabajaban pero todo eso en la actualidad ha ido cambiando. La mayoría de familias vivimos aisladas y las mujeres, casi todas, trabajamos.
Y hablar de la conciliación de la vida familiar y laboral en este país da risa. Así que, aunque sumes vacaciones, lactancia, excedencia y reducción de jornada e incorpores al niño a la escoleta lo más tarde posible en muchos momentos necesitamos de alguien como apoyo. Porque muchos días están enfermos, porque hay días en los que no están bien y te llaman para ir a recogerlos, porque tienes más de un hijo y uno va a la escoleta y otro al cole y no hacen el mismo horario,…
Todo eso cuando ya tienen una cierta edad, porque si nos remontamos a cuando nacen, toda la ayuda es poca. Eso sí, casi siempre, la ayuda viene en forma de: “Yo te cojo al niño para que tú puedas hacer…”. Los que vienen a visitarte no suelen decirte: “yo te friego los platos mientras tú descansas un poco con el niño”.
A pesar de todo, los que tenemos hijos no podríamos salir adelante sin la ayuda de otras personas, entre ellas, los abuelos.
En mi caso y tras un postparto duro y los famosos cólicos del lactante todo se me hizo un poco cuesta arriba. Y mi madre y mi padre (separados) venían a vernos todas las mañanas para estar con el niño y ayudar un poco. Fue una experiencia muy intensa y prolongada. Tuvo sus pros y sus contras. Me ayudó a poder hacer cuatro cosas básicas cada día, a superar los momentos críticos del niño, a acompañarme a la pediatra o a comprar o simplemente hacerme compañía. También crearon un vínculo fuerte con mi hijo y me echaron una mano con algunas cosas de la casa. Pero también tuvo algunas cosas negativas; la más importante: el niño a veces necesitaba estar conmigo y estaba en otros brazos. También las visitas constantes nos impidieron crear una rutina diaria que hubiera influido muy positivamente en los problemas de sueño. Además la discordancia en temas de crianza, el que opinaran y aconsejaran sobre todo lo que hacía o decía con respecto a mis decisiones acerca de cómo criar al niño me llegaba a agotar.
Tras 5 meses de compañía necesitaba respirar, crear rutina, intimidad y descansar, así como hacer cosas por mí misma con el peque. Por ello empecé a reducir las visitas. Me agobiaba tener que justificarme diariamente por todo lo que hacía.
En cambio, con mi segundo hijo fue totalmente distinto. Aún teniendo yo sola a los dos niños a la vez unas horas al día, mis padres sólo vinieron unas cuantas veces y casi siempre sólo si yo se lo pedía. Venían más a menudo algunas tardes para ayudar especialmente con el niño mayor. Eso contribuyó a que yo tomase las riendas en la crianza del pequeño y aunque las dificultades fueron prácticamente las mismas o más, las afronté de otra forma, intentando ponerle solución lo antes posible.
Una vez que el pequeño empezó la escoleta y yo me incorporé a trabajar, la ayuda de los abuelos ha sido fundamental cuando han estado enfermos, en las vacaciones, visitándonos semanalmente, quedándoselos cuando lo hemos necesitado, incluso en algunos momentos para que mi marido y yo podamos disfrutar de un tiempo a solas.
Sin lugar a dudas con la poca conciliación que existe y dada la necesidad de que ambos trabajemos, criar a los hijos sin ayuda se hace casi imposible. La mayoría recurrimos a los abuelos y bendita sea su ayuda. Desde luego nadie cuidará mejor de nuestros hijos. Y a ellos, los nietos les aportan una alegría y energía casi olvidadas.
La maternidad me ha hecho valorar mucho más a mis padres porque ahora entiendo lo duro que es criar a los hijos y los sacrificios que se hacen por ellos y eso me ha permitido perdonarles muchas cosas y crear un vínculo nuevo con ellos. Gracias abuelos por vuestra colaboración en el crecimiento y crianza de nuestros hijos. Os necesitamos. Sois lo que queda de la tribu.
Y, por último, yo me pregunto, si ahora trabajamos “todos” y tendremos que hacerlo hasta los 67 años, como mínimo, ¿quién cuidará de los hijos de nuestros hijos?
Vanessa Ojeda
[…] esas de las que ya he hablado en anteriores ocasiones, en posts como La sororidad es un lazo Lila, La crianza en Tribu, Las madres que hay en mí, entre […]