La historia se repite. De nuevo sigo tocando puertas y me siguen dando con ellas en las narices. Si hace unos meses, os hablaba de cómo la educación se quedaba a la cola, ahora puedo añadir que, con la excusa (que es una realidad) de la sobrecarga de trabajo y la falta de recursos, pocas soluciones me aporta.
En los dos primeros meses del curso escolar ya había ido a tutoría para mis dos hijos. En la del pequeño, la conclusión fue: que había que leer cada día un poco. Achuchar.
- ¿Y si no quiere de ninguna manera? Fue mi pregunta.
- Pues dile que al día siguiente me puede contar lo que ha leído – Respondió la maestra.
Aunque yo le explicase que las cosas llegan a su debido tiempo y que, cuando llegan, lo hacen para afianzarse y quedarse, la maestra siguió insistiendo. A pesar de que yo le sugerí a mi hijo que podía leer y enseñárselo a la maestra o que me ayudase con algunas palabras de los cuentos, durante algunas semanas siguió negándose a intentarlo o lo hacía enfadado o a regañadientes. Así que, bajé la guardia.
Un día, que fuimos de excursión, empezó a leer los carteles indicativos. Y le felicité por ello. ¿Sabéis que me dijo? “Lo hago porque nadie me obliga, no quiero que nadie lo sepa ni nadie lo oiga”. En resumen, ellos son los mejores maestros. Ahora ya lee con algo más de soltura, mayúsculas, minúsculas e imprenta. No lo domina, pero avanza favorablemente.
Por otro lado, cuando acudí a la tutoría de mi hijo mayor, iba ya con algunas preguntas en la cabeza, tras haber visitado a la pediatra y haberme recomendado insistir en la escuela. Su maestro empezó mirando sus notas, diciéndome que el niño iba bien (obviamente yo ya sé cómo va mi hijo, también sé mirar sus notas), para acabar comentando que podría mejorar la letra. Aunque, según él, eso no era muy importante porque ya todo es táctil y digital. Añadió que, como se daba mucha prisa, cometía errores. Por él hubiera acabado aquí la reunión. Pero entonces me preguntó si yo quería aportar algo. Y ahí, empezó el intento de abrir una puerta.
Tras hablar de lateralidad cruzada, alta sensibilidad y altas capacidades, le pedí una valoración y me miró con cara de sorpresa. Me sugirió que poner etiquetas no era la solución. Que le diese la oportunidad de hacer las cosas que le gustan. Al final insistí para que hiciera la consulta. Dijo que sí, pero que aun así este año no se haría mucha cosa por las circunstancias.
Finalmente, casi cuatro meses más tarde, le han realizado las pruebas de altas capacidades y talentos, sin avisarme ni entrevistarme previamente. Ha salido una puntuación alta pero no tanto como para llegar a tener altas capacidades. Aun estoy a la espera del informe que tuve que pedir. La reunión con la orientadora, básicamente en la misma línea que el tutor. Tampoco he encontrado en ella el apoyo que iba buscando y así sigue la aventura de tocar puertas.
Hemos pasado por orientadora familiar, psicóloga, psicomotricista, maestros, orientadora escolar y, aunque algunos nos han aportado su granito de arena, en general nadie ve mucha cosa a destacar en mi hijo.
Me hacen sentir como una loca. Como si yo viera cosas donde no las hay. Y yo solo pretendo encontrar recursos, herramientas y entornos que ayuden a mi hijo y a nosotros a sobrellevar el día a día dejando de lado el malestar que generan muchas de las situaciones cotidianas tanto en él como en nosotros.
Yo necesito respuestas, puertas que se abran y mi hijo un entorno de aceptación y seguridad. Seguiré buscando, seguiré intentándolo. Quizás la próxima parada será la integración sensorial.
Vanessa Ojeda