Peor, entre mujeres
El otro día subí al autobús para ir a recoger a mis hijos. Es un trayecto corto. Poco más de cinco minutos. Poco después de mí, subió una madre (o cuidadora) con un niño que debía rondar los dos años. El niño, cuando accedió al bus, ya lloraba. Parecía que no quería subir, o separarse de quién fuera o dejar de hacer lo que estuviera haciendo. Sea como fuere, el niño lloraba desconsoladamente. Con pataleta incluida. Se tiró al suelo mientras la mujer pasaba la tarjeta del bus por el lector.
Como pudo, consiguió sujetar al niño con fuerza y sentarse. Permaneció así todo el tiempo, aguantando el chaparrón, mientras se esforzaba por contener al niño, cuya intensidad no decaía.
Yo la miraba admirada, porque soportar la intensidad emocional de un niño de 2 años en un lugar público no es fácil. Incluso yo empecé a ponerme nerviosa por el llanto del niño y por las miradas de la gente. Y me dieron ganas de acercarme a ella y decirle si estaba bien. Pero pensé que igual aquella mujer me mandaba a la mierda por meterme en sus asuntos. Así que decidí callar.

Los pasajeros del autobús estaban en silencio, aunque se empezaba a escuchar algún comentario del tipo: “Uy, qué enfadado está el niño”. Poco a poco empezó a oírse un murmullo y finalmente, las mujeres que estaban a mi lado, acabaron diciendo: “Eso, con un azote en el culo, se arregla”. Las miré con cara de asesina. Y no entré al trapo porque una parada (lo que me faltaba para bajar) no me bastaba para decirles lo que pensaba al respecto del comentario.
Mientras tanto, una mujer mayor, se había acercado al niño y le hablaba de coches, intentando desviar su atención. La única persona que pensó que esa madre podría necesitar un poco de empatía.
No sé cómo siguió el viaje, porque bajé del autobús. Pero lo que sí sé es que la escena me removió.
- Porque soy madre y sé lo que es pasar por eso y creo que la mujer que llevaba al niño aguantó estoicamente
- Porque no deja de sorprenderme que aún no tengamos ni idea de porqué el niño experimenta esas emociones ni empaticemos con él
- Que tampoco empaticemos con la madre
- Y que las propias mujeres nos juzguemos y critiquemos entre nosotras.
¡Qué fácil es juzgar desde fuera! Qué triste que lo hagamos entre mujeres.
Vanessa Ojeda