Tengo una teoría, pura invención mía por supuesto, sobre el motivo por el cual los benjamines de la casa suelen ser los más mimados.
Creo que cuando tenemos claro o asumimos que nuestro hijo pequeño será el último algo brota de nuestro interior, una mezcla de emociones que van desde el alivio hasta la tristeza. Aflora en forma de duelo un sentimiento de pérdida por todo lo que ya no volveremos a vivir: la primera vez que tocas a tu hijo, esa piel tan suave, su primera sonrisa, sus ruiditos, la primera vez que dice mamá, sus primeras palabras, la inocencia, sus besos y abrazos, esa emoción que sientes cuando sale a tu encuentro después de estar separados unas horas, que te busque con la mirada, que no quiera separarse de ti,… Todo ello nos crea algo de melancolía y se instala en nosotras una resistencia a su crecimiento.
Se nos revela una última oportunidad de achuchar a nuestros pequeños, de darles cariño, de pasar más tiempo con ellos, de corregir algunos errores cometidos con hijos mayores,…
Además con nuestra experiencia hemos aprendido a ser más flexibles, a relativizar mucho las cosas y afrontar el día a día mejor que antes.
Puede que fruto de todo ello tendamos a sobreproteger a los hijos pequeños, a fomentar menos la autonomía, a retrasar la independencia o a alargar la etapa bebé.
Todo en conjunto da que pensar que los hijos pequeños puedan ser los más mimados, pero yo personalmente creo que se trata de que nosotros prolongamos una época que ya no volverá para vivirla y exprimirla al máximo y disfrutarla con ganas; sobre todo si anteriormente no pudimos o supimos hacerlo.
Vanessa Ojeda
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