Ser madre es maravilloso, me fascina y me completa. Y a la vez me resulta el trabajo más duro del mundo. No hay días libres ni descansos. Es física y mentalmente agotador. No hay tregua.
Es una labor delicada, compleja y constante. Juzgada por unos miembros que, aunque pequeños, demandantes y exigentes.
Así que para llevar a cabo esta difícil tarea me ha servido enormemente nutrirme de las experiencias de otras madres.
Mamás que me han enseñado cómo portear a mis bebés, qué hacer cuando tienen fiebre, dónde acudir cuando están enfermos, cómo ayudarles en la retirada del pañal.
Madres que me han dado ideas para sobrellevar trayectos en coche, para calmar la tos nocturna o para protegerlos del sol en verano.
Mujeres que me han apoyado en mis momentos de bajón, que han buscado ayuda para mí, que me han dado el título de un libro que ha resultado ser como la Biblia.
Mamás que me han enseñado montones de cosas sobre la lactancia, sobre la generosidad y la dedicación, sobre qué es hacer tribu de verdad. Sobre empatizar y compartir, dar aliento y acompañar.
Madres que me han incitado a abrir más la mente para ver que todo se puede hacer de otra manera. Que no sólo hay un punto de vista y que la autoexigencia no siempre es el camino.
Mujeres con las que compartir experiencias, alegrías y penas. Con las que a diario liberar mis preocupaciones, confesar mis satisfacciones o celebrar mis triunfos.
Mamás que no hubiera conocido nunca si no hubiera sido madre.
Madres que me han dejado entrar en sus vidas para compartir mi experiencia.
Mujeres que han sido como la hermana mayor que nunca he tenido y que me han traspasado el testigo y transmitido consejos.
Y las madres, madres, las de mi familia, las que siempre han estado, están y estarán ahí, donde y cuando las necesite. Para reír y para llorar, para hablar, escuchar y compartir. Ellas me han enseñado que hay que seguir luchando. Que nunca hay que rendirse, que el día tiene 25 horas, que ser fuerte es esencial, que no hay lugar para las lamentaciones…
Me han enseñado a seguir adelante a pesar de las dificultades, aunque parezca imposible.
Pero lo más importante que me han transmitido es que el amor de madre es infinito, sin rencor, que te inunda de una forma casi desbordante, dejando en ti una huella indeleble. Que te empuja a seguir caminando a pesar de las piedras que encuentres en el camino. Que el perdón es su bandera y el esfuerzo su mejor arma.
A todas esas mamás aquí reflejadas, gracias por formar parte de mi maternidad. Por ser todas las madres que hay en mí.
¡Feliz día de la madre!
Vanessa Ojeda
[…] hablado en anteriores ocasiones, en posts como La sororidad es un lazo Lila, La crianza en Tribu, Las madres que hay en mí, entre […]