Mochila incluida
Cuando los hijos van creciendo, dejan de ser bebés, se acaba la etapa de fusión emocional y se autoafirman como personas, empiezan los conflictos. Al principio, en forma de rabietas, luego de trasgresión de límites, dando paso más tarde a los desafíos. La tensión va “in crescendo”, poniendo a prueba nuestros propios límites.
A menudo, la situación deja de estar bajo nuestro control y nos sentimos amenazadas.
Si a nuestros hijos les repetimos las cosas una y otra vez y no conseguimos reacción alguna por su parte, sentimos que nos quedamos sin herramientas. Aparece la frustración. No encontramos la manera de comunicarnos con ellos para que nos hagan caso (aunque lo que buscamos en realidad es que nos obedezcan). Es entonces cuando suelen aparecer los mecanismos automáticos, aquellos que llevamos en la mochila porque hemos crecido normalizándolos, los hemos visto una y mil veces en nuestra infancia y así los hemos interiorizado.
Surgen así: las amenazas, los chantajes, los gritos, los castigos y las luchas de poder. La furia crece. Físicamente nuestro cuerpo se tensa, aumenta la frecuencia cardíaca. El conflicto se convierte en el foco de la batalla. Llegamos a sentir ganas de gritar o, por el contrario, de llorar. Así son las señales inequívocas de la ira.
Si no hemos conseguido reconducir la situación antes de la llegada de la ira, es probable que los niños reaccionen, ya sea haciendo lo que queremos de una forma sumisa, por miedo a nuestra reacción y las consecuencias (violencia, retirada de objetos que les gustan, retirada de afecto), o ya sea con más ira, actuando como fiel reflejo de nuestro comportamiento. Generando así necesidad de venganza, más ira y más violencia.
Tras estos episodios, podemos sentirnos profundamente removidas. Físicamente agotadas, psicológicamente desenfocadas y emocionalmente derrotadas. Es posible que todo ello nos genere un gran sentimiento de culpa por cómo hemos afrontado la situación.
Una vez recuperada la calma, ya sólo nos queda reparar. Admitir que nos hemos equivocado, disculparnos y enfocarnos en buscar soluciones al conflicto y alternativas a cómo afrontar esta situación en el futuro.

Si en algún momento has pasado por una situación parecida y sientes que la culpa te ha removido mucho, recuerda que eres la mejor madre para tus hijos. Y lo haces lo mejor que puedes con lo que sabes en cada momento. Si estás leyendo estas líneas es porque estás en continua búsqueda de opciones respetuosas, de alternativas a las viejas costumbres aprendidas.
Si aun así sigues sintiendo mucha culpa, date un paseo por cualquier parque, siéntate, escucha y observa. Percibirás una cantidad de estrategias poco respetuosas por parte de otras madres y comprenderás que sí, que lo haces lo mejor que puedes y que, definitivamente, eres la mejor madre para tus hijos.
Ahora que lo sabes, intenta convertir esa culpa en responsabilidad, para motivarte a profundizar en adquirir nuevas habilidades para resolver los conflictos.
Si nada de esto funciona, no temas pedir ayuda. A veces no resulta fácil vaciar la mochila.
Vanessa Ojeda
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