Hablando de capacidad
Hace unos meses empecé a vivir un duelo. Quizás se puede definir mejor diciendo que estoy intentando cerrar un círculo. Poner punto y final, de momento, a una preocupación que me ha acompañado muchos años, tal vez demasiados.
Estuve llorando durante días y mucho, hace unos 6 meses. Posiblemente por el duelo que creía superado o tal vez por el alivio que ha supuesto. También podría ser por todo lo que significa en su conjunto.
Anteriormente relaté el sufrimiento que viví durante mis embarazos pensando en la posibilidad de que mis hijos pudieran estar afectados de discapacidad psíquica o intelectual. Si conoces mi historia, ya sabes de lo que hablo. Volver a revivir esos momentos me ha removido mucho.
Una de las razones que me ha llevado a relatar mi estado emocional durante el embarazo ha sido una entrevista mantenida con el pedagogo del Programa de Detección de Altas Capacidades de la UIB que ha realizado las pruebas a mi hijo mayor.
Quizás otro día os contaré cómo y porqué hemos tardado casi 11 años en conseguir un diagnóstico en condiciones. Hoy os diré, a modo de resumen, que el informe psicopedagógico de detección de altas capacidades concluye que la madre de Abraham no padece de enajenación mental. O sea, que no veo cosas donde no las hay. O lo que es lo mismo, veo cosas donde las hay.
Y así fue como, un mes antes de que mi hijo cumpliese 11 años, respiré profundamente, mientras rodaban lágrimas por mis mejillas liberando el dolor sufrido, aún estupefacta al sentir cómo la vida da un giro inesperado. Un día lloras pensando que tu hijo puede tener poca capacidad intelectual y sea totalmente dependiente de ti y 11 años después lloras porque tu hijo tiene altas capacidades intelectuales y podría llegar a hacer lo que se proponga.
He aprendido mucho de este camino lleno de piedras. Especialmente a creer en mí, en mis sospechas, en lo que observo, a luchar contra viento y marea, a no dejar de creer en mi hijo, a potenciar su talento, a incomodar a los que lo negaron y a que la fuerza del amor mueve montañas.
Además, he conocido un poco más a mi hijo en este proceso, incluso a mí misma, y ahora puedo entender muchas cosas, puedo mirarlo a los ojos desde otro lugar, con otra mirada, y puedo buscar o usar otras herramientas que le ayuden a confiar en su potencial.
Cierro una puerta y abro otra. Pasamos de pantalla. De un extremo a otro.
Vanessa Ojeda
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