Estábamos en el parque. Abarrotado. Una actividad multitudinaria. Cientos de personas.
Sabíamos el riesgo. Estábamos ahí. Junto a ti. Te seguíamos allá donde ibas. Y aún así desapareciste de nuestra vista. Yo subí a tu hermano al tobogán y papá se acercó a nosotros. Le pregunté por ti y me dijo que estabas debajo de la casita. Le dije que no te perdiera de vista. Se asomó y ya no estabas.
Empezamos a mirar por la casita, el tobogán, los columpios cercanos, pero no te veíamos. Te habíamos perdido…
Empezamos a preocuparnos. Hasta donde alcanzaba nuestra visión no lográbamos localizarte. Un tumulto de gente. Tú llevabas un abrigo negro, oscuro, como la gran mayoría de los que nos rodeaban. La única diferencia era tu capucha azul.
Papá inició la búsqueda dando vueltas alrededor de la zona recreativa mientras mi cabeza no dejaba de girar en todas direcciones esperando poder verte. Los pensamientos se atropellaban en mi mente: ¿dónde estás?, solo ha sido un segundo, ¿habrás ido a ver algo por curiosidad?, ¿por qué no has vuelto?, te hemos perdido, te vamos a encontrar, ¿te habrá cogido alguien?
Papá volvió con la cara desencajada. No estabas con él ni conmigo. Volvió a dar otra vuelta. A mi alrededor se sucedían los gritos de un padre desesperado buscando a su hijo. Otros padres comentaban el tema y le ayudaban. En un par de minutos localizaron al pequeño. Seguían hablando sobre los niños perdidos de vista.
Me entró miedo. Pasaba el tiempo. No aparecías. Miraba por todo y no te veía. Ya no habías ido a ver nada por curiosidad. ¿Dónde habías ido? Era un enorme espacio. ¿Hacia donde habrías ido? ¿en qué dirección empezar a buscarte?. Volvió papá, de nuevo solo, desesperado, casi llorando. Se venía abajo. El miedo se estaba apoderando de él. Le dije que se quedara con tu hermano en el mismo sitio, por si volvías, y fui a buscarte.
Habían pasado muchos minutos, no sé cuántos, me parecieron demasiados, una eternidad. Por una extraña razón mantuve la calma, no hubo bloqueo ni nervios ni gritos, el autocontrol que me caracteriza dominaba la situación, en mi interior sentía que te íbamos a encontrar. El plan era el siguiente: ir a dar una última vuelta, si no aparecías acudiría al personal de emergencias (ambulancias, policías) y/o al micrófono de los escenarios. Caminaba entre los columpios mirando a todas partes y sin ver nada mientras gritaba tu nombre. La gente me miraba pero ningún niño se giraba.
Salí de entre los columpios y el color naranja reflectante de un uniforme llamó mi atención. Ese era uno de mis objetivos. Algunos adultos se le acercaban, parecía que querían decirle algo al hombre de Cruz Roja. Lo supe. Entonces vi tu capucha azul. Te vi. Corrí gritando ¡ya está! ¡Es mi hijo! Ni siquiera me miraste. Estabas muy enfadado. Al fin te habíamos encontrado.
Esa familia te había visto llorar y se había quedado esperando, esperándonos. Les di las gracias reiteradas veces y nos fuimos. No hablabas ni una sola palabra. Intenté explicarte brevemente lo sucedido pero estabas tan enfadado que no querías ni moverte. Conseguimos llegar hasta papá y Ernest. Papá intentaba decirte cosas sobre lo ocurrido pero tu malestar iba in crescendo.
Me planté ante ti y te dije que habíamos sentido miedo papá y yo y que sentíamos mucho lo ocurrido. Estábamos todos tristes. Conseguimos averiguar que habías salido de la caseta y no nos habías visto. Caminaste y caminaste buscándonos sin éxito hasta que una familia te retuvo.
Un par de días más tarde tú y yo hablamos sobre lo sucedido. Siento mucho haberte perdido Petit Príncep. Aunque nunca os perdemos de vista, esta vez, en un segundo (como siempre) todo se complicó.
Espero que no vuelva a suceder. Y, si ocurre, ojalá todos pongamos en marcha el Plan de Emergencia trazado.
Vanessa Ojeda
[…] Te perdimos […]