Se podría decir que a nuestro hijo mayor, de 4 años, le cuesta mostrar o más bien verbalizar lo que siente. Un claro ejemplo es que nunca ha corrido a nuestro encuentro ni a abrazarnos cuando lo recogemos en el colegio. Ni siquiera lo hacía cuando iba a la escoleta.
Sus besos y abrazos espontáneos los guarda para ocasiones especiales. Habitualmente, días en los que está muy emocionado o contento por algo. Aunque he de decir que últimamente hemos un cambio en este sentido, se ha vuelto más cariñoso.
Escasas son las veces que nos ha dicho que nos quiere. Sin embargo, últimamente, al menos nos lo escribe.
Pero sí es cierto que tiene momentos en los que manifiesta su malestar. Suele ser en forma de rabieta, enfado, frustración, tirando cosas, incluso alguna vez pegando. En esas ocasiones llora con facilidad, pero es un llanto de rabia.
Hace unas semanas, sin embargo, no recuerdo cómo pasó, pero estábamos en su cuarto debatiendo sobre algo que hacía (y ya se había enfadado un par de veces en los minutos previos) cuando de repente dijo entre sollozos: “a nadie le gusta lo que hago”, y rompió a llorar, desde dentro, desde el fondo de su corazón. Y me rompió el alma. Algo dentro de mí se desmoronó. Fue tan explícito. Como si me hubieran tirado un cubo de agua fría gritando ¡despierta!
Mi reacción tardó unos segundos en llegar. Me agaché, para estar a su altura y le dije “ven conmigo, vamos a hablar”, intenté cogerle en brazos y abrazarle pero estaba rígido como una tabla. Tiempo después me di cuenta de que debía haberle dado un tiempo para seguir expresándose y calmándose. Pero no fui capaz. Necesitaba intervenir porque me parecía grave.
Le hablé sobre todas las cosas que hace él que me gustan y le pedí perdón porque a veces papá y mamá son un poco exigentes con algunas cosas pero que él muchas veces tampoco ayuda en las cosas que le pedimos, básicamente porque no nos hace caso.
Aunque pasó el chaparrón me quedó un mal sabor de boca que aún perdura. A pesar de que intentamos hacerlo lo mejor posible hay algo importante que no debemos hacer bien. Fue un punto de inflexión.Puedo reflexionar sobre ello y encontrar varias cosas en las que nos equivocamos pero no conseguiré estar segura de cuál de ellas está afectando a nuestro hijo negativamente.
Sospecho que una de ellas tiene que ver con que hay demasiadas cosas vetadas en nuestro entorno. En su mayoría tienen relación con el orden y la limpieza: no pueden entrar en casa con los zapatos puestos, no pueden rozar con los zapatos los asientos del coche, no pueden tirarse al suelo en la calle, ni en el parque (a ser posible) y mucho menos volver a casa y subirse a la cama o al sofá con esa ropa sucia, no pueden salpicar agua cuando están en la bañera ni mancharse cuando comen, ni toquetear las paredes con las manos pringosas. Debe estar la casa ordenada y los juguetes recogidos (todos); aunque hayan montado una torre y les haga ilusión dejarla un par de días.
Muchas veces sus creaciones se sobredimensionan ocupando gran espacio en el suelo y las paredes, pero acaban siendo retiradas por molestar.
Incluso a veces les damos varias órdenes a la vez.
Y así podría seguir largo rato. “No hagas, no pongas, no toques, no, no, no, …” se suceden in eternum a lo largo del día.
Creo que les reprendemos, coartamos su libertad y experimentación. Aunque también se debe, entre otras cosas, a llamadas de atención por celos por falta de tiempo para jugar juntos, etc. La cuestión es que él ha explotado y eso me ha servido para darme cuenta que tengo que hacer algo al respecto. Esto ha sido un punto de inflexión. Muchas son las cosas que se me ocurren pero tengo que trabajarlas y ponerlas en práctica.
La gestión empieza en nosotros mismos. Lo ocurrido sólo es el reflejo de hasta dónde puede llegar nuestra reincidencia y cuáles son las consecuencias. Han pasado unas semanas y seguimos trabajando en una solución. Aunque algunas cosas se han suavizado por nuestra parte, su actitud se ha tornado más obstinada. Así que el camino a recorrer es largo. Me temo que esto sólo es la línea de salida.