Abraham, tú eres
Eres como un día de primavera.
De piel blanca, muy blanca, casi albina. Suave, perfecta. Como si nunca te hubiera bañado un rayo de sol.
Tus cabellos, en cambio, son castaños, ondulados, espesos, con carácter propio. Del color de la tierra recién bañada por las primeras gotas de lluvia.
Tus ojos, grandes, azules. Han ido cambiando de color. Ahora son del color del mar en un día nublado, salpicados de destellos verdosos. Casi transparentes.
Tus pestañas, muy largas, gruesas y curvadas, para proteger tus preciosos ojos.
Y tus cejas, rubias, casi invisibles, apenas coloreadas por el sol.
Tus labios, gruesos y rosados, como las primeras campanillas de la temporada.
Y tu sonrisa, amplia, que ilumina tu cara. Como un arcoíris que surca el cielo mientras caen gotas de lluvia y sale el sol.
Porque tú eres como un día de primavera, salpicado de nubes, gotas de lluvia y arcoíris atravesados por un rayo de sol.
Ernest, tú eres
Eres como un día de verano.
De piel tostada, dorada por los rayos de sol. Bañada de un color miel.
Tus cabellos, color castaño oscuro, lisos, iguales, sin forma, lacios. Del color de los cocos.
Tus ojos, azules, oscuros. Del color del océano en calma. Con unas ligeras salpicaduras verdosas. Profundos, impenetrables.
Tus pestañas, largas, espesas. Protegiendo el océano.
Y tus cejas, castañas, marcadas, dando cobijo a tus ojos. Del color de la tierra en época de sequía.
Los labios, pequeños, rosados. Del color de la sandía al atardecer.
Y tu sonrisa, traviesa, cálida. Como el sol a primera hora del día.
Porque tú eres como un día de verano. Cálido, largo, dorado. Lleno de alegría, de ganas, de juegos.
Vanessa Ojeda