06:30 a.m. “Mamá, quiero ir a desayunar “. Abraham (5 años). Y tú piensas: yo solo quiero que me dejes dormir un poquito más; que anoche me acosté a las 12.
07:00 a.m. Después de hacerle quedarse un rato más en tu cama, tiempo que ha aprovechado para moverse más que un chinche, decides que vale más levantarse que escucharlo decir lo mismo por enésima vez o soportar sus codazos accidentales.
08:00 a.m. Al fin consigues acabar de desayunar después de que todos hayamos tenido nuestro momento All Bran, de haber satisfecho las necesidades alimenticias y de atención de todos y, empiezas a hacer camas, programar lavadoras y de rebuscar dentro del armario algo que ponerles y ponerte.
08:30 a.m. Sigues intentando que vengan de una vez a vestirse. Después de habérselo dicho una docena de veces, decides empezar a vestirte tú y ganar algo de tiempo para arreglarte.
Mientras tanto sueltas la típica frase en chino: “hay que recoger que nos vamos”, cuyo significado nadie logra entender.
09:00 a.m. Por fin estamos todos vestidos. Se inicia entonces el momento crítico. Les pides que vengan a ponerse los zapatos. Dado que sus oídos no funcionan correctamente, lo repites unas cuantas veces. Viendo que nadie se mueve, empiezas con la “canción de la amenaza”: “que yo me voy, que me estoy yendo, que os quedáis aquí solos, adiós”.
De repente uno de ellos sale disparado y por fin empieza a ponerse los zapatos. El otro se mantiene en sus trece de no escuchar nada de lo que dices, así que pasas a la fase “¿por qué no haces caso de nada?”, y eso te hace activar el modo “gritos”. tampoco surte efecto y pasamos al plan “adiós muy buenas”.
Te pones los zapatos y el mayor y tú salís de casa, cerrando la puerta a vuestras espaldas. Esperas 20 segundos y vuelves a abrir. No hay moros en la costa. La rabia te nubla la mente y sales disparada para coger al niño de cualquier oreja y hacerle poner los zapatos de una vez. Por supuesto empiezan los llantos y ya todo se convierte en un despropósito.
09:20 a.m. Al fin has conseguido salir de casa y, de mala leche, maldiciendo cada vez que se paran por el camino, consigues dejarlos en el cole o la escoleta.
El aire fresco ha hecho desvanecerse tu enfado y te despides de ellos como si nada hubiera ocurrido.
09:30 a.m. Ya te has arrepentido de lo mal que has gestionado todo y te dices a ti misma que no puede ser así todos los días, así que mañana actuarás de otra manera.
Y no entiendes en absoluto por qué has tardado 3 horas en salir de casa, si es que eres inútil o algo parecido.
Una semana más tarde, consigues darte cuenta de que hay otra actitud y forma de hacer las cosas, que ellos han interiorizado la rutina y parece que todo fluye mejor. Y has conseguido salir de casa antes, sin enfados, ni gritos y piensas que al fin has superado un día más de la larga existencia al lado de tus hijos. Y que salir de casa ya no es una odisea hoy, mañana ya veremos…
Ahora ya los dos van al cole y la rutina ha cambiado un poquito; pero eso será otro capítulo de la odisea…
¿Alguien se ha sentido identificad@? 😉
Vanessa Ojeda