Estamos en esa época tan especial en que todo fluye. Las horas de luz se incrementan, dándonos la posibilidad de pasar mucho más tiempo en familia. Nos encanta el calorcito que hace porque podemos hacer muchas cosas fuera de casa. A los niños les encanta todo lo que cocinamos para ellos. Disfrutan de estar siempre el uno con el otro y se lo pasan genial jugando juntos. Y a nosotros nos queda tanto tiempo libre que hemos podido hacer un montón de cosas pendientes, especialmente durante las vacaciones. Los niños apenas han visto la tele desde que acabó el cole y comen muy sano aun no estando con nosotros.
Volver a la rutina del cole se nos hace harto aburrido. Nos parecen pocos 3 meses de vacaciones, con lo contentos que estamos desde que ha empezado el verano…
Uy, uy, uy…perdón, creo que me he dejado la ironía en modo “on”. Empiezo de nuevo.
El verano pasa factura a base de bien. Lo odio. Ya lo sabéis los que me seguís. El sol me sienta mal, el calor no lo soporto, descanso fatal, tengo dolores de cabeza por las altas temperaturas. Tantas horas con los niños incrementan exponencialmente los rifirrafes y los días se hacen eternos.
Se multiplican las fiestas, las reuniones con amigos, los encuentros familiares, los cumpleaños, las tardes de playa,… dilatando así las horas. A los niños les cuesta acabar las pilas. Están durmiendo como una hora y media menos que durante el invierno, lo cual nos deja agotados, sin tiempo para hacer muchas cosas y/o reduciendo también nuestras horas de sueño. Lo cual nos lleva al poco descanso y volvemos al círculo vicioso.
Además me paso los días luchando:
- contra la comida “poco saludable” (dicho finamente),
- contra los mosquitos y sus picaduras,
- contra las pantallas (la gente no entiende la adicción que crean),
- para que se sienten a comer, no se levanten y coman algo (la mayoría de días eso implica que yo no como lo que comería un día que en el que estoy sola),
- para ponerles crema solar,
- para poner orden a la casa…
Muchos días tampoco consigo que se materialicen la mitad de los propósitos que me planteo con ellos:
- ni que escuchen,
- ni que colaboren en la casa,
- ni hacer las reuniones familiares semanales,
- ni jugar a algo todos juntos,… Es muy frustrante.
Uno de nuestros hijos es tan demandante que o estás haciéndole caso o se pone a boicotear o chinchar a su hermano. Y, lo siento en el alma pero yo, no puedo dedicarle toda la atención que necesita.
Constantemente planificamos cosas pensando en ellos porque creemos que lo pasaremos bien juntos y les gustará. Algunas veces los planes acaban siendo un atolladero.
Apenas consigo jugar a nada con ellos y, lo que es peor, casi ni me río. Me noto tensa, especialmente malhumorada y con cara de perro, prácticamente a diario. Es una situación insoportable. No consigo poner en práctica muchas de las cosas que he aprendido y que para mí tienen todo el sentido de criar con respeto.
Acabo sufriendo de malamadre. Me siento fatal.
No ayuda nada que mi momento personal tampoco sea estable (algunos temas se me están resistiendo y a momentos pierdo el foco).
Uf, días difíciles, que en poco se deben diferenciar a los de otros veranos anteriores pero que, en este momento, se me están haciendo cuesta arriba. Una realidad nada utópica para alguien que está deseando pasar a otro nivel.
Bajando los pies a la tierra, soy consciente de que esto es la maternidad, con sus luces y sus sombras. Muchas de mis sombras estoy deseando verlas desaparecer pero mi trabajo personal es a largo plazo y eso significa mucho más de lo que quisiera. Cuestión de expectativas.
Así, tal cual como es, es el verano perfecto. Porque es real. El reflejo de lo que somos y cómo nos vamos equivocando, aprendiendo y transformando.
Vanessa Ojeda