Qué difícil resulta tras varios meses compartidos tener que volver al trabajo y necesitar dejar a los bebés en una escoleta. Tomar la decisión de llevarlos ya es compleja, pues elegir dónde llevarlos aún más. Ningún sitio te parece suficientemente bueno.
Solo entrando en el lugar ya sientes buen o mal rollo. Y el feeling con la persona al frente del centro es fundamental. Nosotros recorrimos unas cuantas escoletas, no muchas. Y, aunque el precio, era algo importante, no era lo que nos iba a hacer decantarnos por una u otra.
Cuando fuimos a visitar la que ha sido la escoleta de los niños inmediatamente sentimos que conectábamos con la educadora. Las instalaciones también estaban bien. Al menos todo estaba lleno de murales, manualidades, colores, materiales, se notaba que hacían muchas actividades; a diferencia de alguna otra donde todo estaba tan vacío y tan limpio que apestaba a lejía. Aquí no había ni mesas, ni pupitres, ni parques. Pero lo que más nos gustó fue su filosofía: la experimentación como herramienta de aprendizaje. Sus puntos fuertes: la experiencia y sus influencias Montessori, Waldorf, etcétera. También nos encantó que fuera pequeña y muy familiar, con encuentros quincenales donde compartir momentos con los niños y los padres.
Con mi primer hijo me sentí más presionada y, a pesar de solicitar una excedencia, a los 8 meses de dar a luz me iba a incorporar a trabajar. Así que 15 días antes empezamos la adaptación. Yo ya llevaba un par de semanas haciendo una adaptación personal. Pedí el CD de las canciones de la escoleta y cada día lo escuchábamos un rato mientras desayunaba. También íbamos hasta la escoleta cada día y por el camino le hablaba de lo que encontraría allí.
La verdad es que en la escoleta me dieron toda clase de facilidades para llevar su comida o su leche durante los primeros meses.
El primer día fui yo y estuve con él un ratito. El siguiente se quedó el solo un poquito y así cada día fueron aumentando las horas hasta quedarse el horario completo.
Nunca lloró cuando lo dejaba, pero le costó bastante dormirse al principio porque no había manera de que lo hiciese sin mí. Como tenía 8 meses se adaptó rápido. Cogió todos los virus habidos y por haber y así pasó algo más de dos años, aprendiendo cosas nuevas, aprendiendo a relacionarse con los demás y experimentando nuevas sensaciones y emociones. Acabó en julio y en septiembre del mismo año ya empezó su hermano.
Con Ernest no fue todo tan fácil. Mi excedencia fue hasta los 11 meses. Y, aunque él conocía perfectamente la escoleta porque no sólo íbamos cada día a acompañar y recoger a su hermano sino que también asistíamos algunas veces a actividades familiares, lloró cada día durante al menos un mes. No solo cuando lo dejaba y lo recogía sino también para dormirse. Así que todo se me hizo más duro. Además cogió también muchos virus, sobre todo los primeros meses.
Pero ahora ya solo le quedan dos meses para acabar y empezar a ir al cole y aunque sé que mejorará notablemente la logística familiar, y eso supondrá un incremento del tiempo en familia, no puedo evitar sentir tristeza, pues sé que dejará este entorno familiar, pequeño, cercano y atento para enfrentarse a la jungla. O así definiría yo el cambio que supondrá pasar de una escoleta de 23 niños a una escuela de 700 alumnos.
Sé que se sentirá reconfortado por tener a su hermano mayor allí pero lo veo tan pequeño aún. Y sé que no lo es, sólo que me resisto a reconocer que ya no es un bebé.
Desde aquí quiero decir que sé que el tema de las escoletas es muy controvertido. Ya casi hasta el de la escolarización lo es. Claro está que los niños con quien mejor están es con su familia, especialmente con su madre, pero las circunstancias hacen que no siempre podamos estar con ellos, así que quiero defender que si el personal es profesional, cariñoso y respetuoso, así como el ambiente bueno, una escoleta nunca debe ser considerada como una mala opción. Esta experiencia ha sido muy positiva no solo porque nos hemos sentido tranquilos de dejarlos allí sino también porque nos ha enriquecido mucho ya que las educadoras nos han proporcionado ideas que nos han ayudado a superar momentos difíciles.
Gracias a ellas, Reme y Pascale, por cuidar de nuestros hijos. Os echaremos de menos después de más de 4 años viéndonos a diario. Ánimo en el nuevo proyecto que tenéis en marcha y no dejéis de alimentar los corazones y las mentes de los niños. Disfrutan mucho con todo lo que hacéis.
Vanessa Ojeda