Una decena de años
Los diez dedos de las manos necesita ya Ernest para decir cuántos años tiene. Pasa de un dígito a dos, completando una decena de vueltas al sol.
Llega a este momento de su vida, a caballo entre una adolescencia anticipada y una inocencia prolongada, como ya narré en el post “No es personal, es cerebral”.
A pesar de las peculiaridades que esta etapa presenta, Ernest, a sus diez años sigue teniendo ese brillo en los ojos y ese tono de asombro en la voz, fruto de la inocencia, cuando algo le ilusiona y le sorprende. Sigue brillando cuando plasma sus dibujos en papel. Y ha recuperado el entusiasmo por construir Lego.
Lo veo de nuevo centrado en el ámbito académico como hace unos años, antes de la tormenta hormonal. Además, como ahora él va al colegio y su hermano al Instituto, eso me ha permitido tener tiempo en exclusiva con él y me encanta pasar algunos ratos juntos, hablando o en silencio. De pronto le abrazo y me dice: “quita”, de repente me abraza él.
Lo mejor de esta época, que ahora mismo me horroriza, y de lo que algún día me reiré son los eructos, los pedos, las onomatopeyas, cómo me hace frente y cómo se forja su auto afirmación a través de negaciones constantes.
Tras muchos años leyendo cómics se ha animado con libros más extensos. Siempre inspirado por su hermano. Se muestra abierto a propuestas cinematográficas y de vez en cuando escribe algún relato que me sorprende en forma y estilo. Sin duda, lo que más me asombra de Ernest en este momento es el sentido del humor que ha ido adquiriendo. Son comunes sus actuaciones cómicas que narran algunas escenas de la vida cotidiana como si fuera una viñeta de Mortadelo y Filemón o incluso cómo representa su emoción ante alguna situación corriente. Hasta la ironía tiene cabida entre su repertorio.
Ha tenido una época de contar chistes también. Y se pasa el día tarareando canciones para autorregularse. Tras todo este proceso sigue siendo ese niño que sufre si los demás sufren, se apena si un animal está en peligro y capta las emociones de los demás como si de las suyas propias se tratara.
Ernest está en proceso de metamorfosis. Y en su familia estamos siendo testigos de cómo pasa de niño a adolescente.
¡Con ganas de saber a dónde nos llevará la próxima decena!
Vanessa Ojeda
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