Hubo una época de mi vida en la que pensé que nunca dejaría de odiar la Navidad.
Durante gran parte de mi infancia y especialmente durante la adolescencia estas fechas eran sinónimo de tristeza, malestar y problemas. En casa no había adornos ni árbol ni comidas o cenas en familia. Contábamos los días para el regreso a la normalidad. Todo se debía a problemas familiares que hacían de la Navidad una época para olvidar.
Pero un día apareció mi marido en mi vida y me enseñó que había cosas bonitas que ver, vivir y sentir. Que el amor no era sinónimo de sufrimiento, sino de felicidad y que había todo un mundo por descubrir. Así que cuando nos fuimos a vivir juntos, creamos nuestro propio hogar desde cero y llegaron los adornos, el árbol y las reuniones familiares.
Y ahora que tenemos los niños vivo la Navidad con una intensidad desconocida. A través de sus ojos, de sus gestos, de su sorpresa y asombro me han devuelto la ilusión perdida.
No deja de maravillarme verles tan emocionados. Esperando con impaciencia el momento de poner el árbol, de colgar los adornos o colocar las luces, de pegar estrellas o hacer manualidades navideñas. Viven con ilusión encender las luces por las noches o ver la ciudad iluminada. No dejan de exclamar ¡Oh! a cada cosa que les gusta o sorprende. Cada día me preguntan cuándo será Navidad.
Me fascina su inocencia, la que cree en la magia de los Reyes Magos y Papá Noel. Lejos de la realidad hipócrita y consumista.
Quiero transmitirles que hay que compartir, que tenemos muchas cosas y otros tan pocas. Que no es necesario tener todo lo que deseamos para ser felices. Pero ellos ya me han demostrado que preparar la Navidad todos juntos ya les hace más felices que cualquier otra cosa. Y tanto es así que el otro día le dije a mi hijo que le contara a un amigo lo que le iba a pedir a los Reyes; me miró y dijo: “¿Qué era mamá? ya no me acuerdo.”
Sé que todo esto se alargará un tiempo pero quiero vivirlo y disfrutarlo mientras dure, con su alegría y su ilusión, que son las que mueven el mundo y lo pueden cambiar, porque cuando todo esto pase no quiero abrir los ojos y encontrar una realidad que difiere mucho del espíritu navideño inicial. Me encantaría ver un cambio aunque creo que el consumismo y su estela nos lo van a poner muy difícil.
Pero eso será otro día, hoy me quedo con esta Navidad, la que mis hijos me han hecho disfrutar.
¡Feliz Navidad a todos!
Vanessa Ojeda
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