El tema de la violencia física me resulta muy complejo para hablar con los niños porque oyen constantemente ideas o consejos contradictorios.
Y a mí se me remueve el estómago y me produce mucha rabia escuchar recomendaciones al respecto.
Que te peguen es violencia.
Que te amenacen es violencia.
Que te griten es violencia.
¿Y cómo hay que responder ante eso?
Pues esa es la gran pregunta a la que hay que dar respuesta.
Hace unos días a la salida del colegio presencié la conversación entre un padre (que caminaba más o menos 1 metro por delante) y su hijo, que salía del cole llorando. Me anoté las palabras exactas para no olvidarme y las transcribo tal cual: “Pero, ¿te pegó?. Y yo, ¿te he enseñado eso? Si él te da, tú le das”. A lo que el niño responde: “No” y luego rectifica. “Sí, yo le he pegado un puñetazo fuerte” (parecía que eso era lo que esperaba escuchar su padre).
En algunas culturas aún creen que esta es la forma en la que se resuelven las cosas.
Aquí también ha sido así durante mucho tiempo. De hecho no dejo de escuchar a algunos abuelos decirles a sus nietos que si alguien les pega, ellos también deben pegar. Tienen que devolvérsela.
¿Y qué se consigue con esto?
Yo pienso que la violencia solo genera más violencia y que devolver el puñetazo no soluciona nada. Detrás de todo hay sentimientos, emociones, necesidades mal gestionadas. Deberíamos empezar por ayudar a nuestros hijos a expresar lo que sienten con palabras, de forma asertiva. O si aún no tienen autocontrol, desahogar su rabia contra algún objeto de descarga inofensivo.
Pero si ese momento de rabia llega y no puede detenerse, ¿qué podemos recomendar a nuestros hijos si se encuentran en el lado de la víctima?
Bajo mi punto de vista, si pueden, deberían expresar su disconformidad, apartarse de la escena, hablarlo con un adulto de confianza e intentar contarlo, compartirlo.
Cuando la situación se enfríe, sería un gran paso, que fuese a hablar con el niño que le ha hecho daño y le dijese que no le ha gustado, cómo se ha sentido y cómo piensa relacionarse con él de aquí en adelante.
Tomemos conciencia de qué no nos gusta y digámoslo. No dejemos que la rabia nos ofusque. Ni transmitamos esa forma de gestionarlo a nuestros hijos, si es que en algo queremos que cambie el mundo.
Vanessa Ojeda
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