Hace casi un año escribí La oruga que se convirtió en mariposa. En realidad no hace tanto de eso, pero el crecimiento y la madurez siguen avanzando a un ritmo vertiginoso.
De repente, miro a mi hijo mayor, que en unos días cumplirá 7 años, estirado en la cama durmiendo y es tan largo. Ya me llega por el pecho de alto y aún no tiene los siete.
Su voz se ha ido volviendo más grave, se le mueven dos dientes y quiere dejarse el pelo largo.
Hace la mayoría de cosas por sí mismo y es muy responsable, con todo lo que tiene que ver con la escuela, la seguridad y la cooperación.
Se ocupa regularmente de ordenar su cuarto y a veces se implica en las tareas de la casa: cocinar, limpiar, fregar los platos. Pienso en ello y me invade la nostalgia. Verlos crecer es maravilloso pero que se vayan cerrando algunas etapas se me hace difícil.
Cuando son bebés deseas que crezcan para que sean más autónomos y poder descansar un poco más y cuando crecen deseas que no crezcan más o que vuelvan a ser bebés.
Curioso, ¿verdad?
Porque también maduramos y crecemos junto a ellos y deseamos volver atrás para revivir y retener aquello que no nos paramos a saborear. Regresar a ese punto en el que no lo hicimos así como hubiéramos querido y repararlo.
Repasar lo que de verdad importa y ponerlo en práctica desde ayer, para vivir el día a día disfrutando de la familia.
Todo esto lo siento ahora porque he sido consciente de que la primera infancia de Abraham se ha acabado. Y ya han quedado forjados los pilares. E incluso ya retendrá recuerdos a partir de ahora que marcarán su vida.
Y yo siento la necesidad de preguntarme qué legado le estoy dejando a mi hijo mientras le acompaño. Sé que, como todas las madres del mundo, lo hago lo mejor que puedo con lo que sé. Pero a veces eso no me consuela, porque de cómo lo hagamos, dependerá en gran parte su vida. Y es nuestra responsabilidad. Es la prueba más dura por la que pasaremos jamás.
Quizás dentro de 25 años mi hijo pueda mirarme a los ojos y decirme lo que piensa sobre cómo lo he hecho. Con la misma sinceridad que le hemos transmitido durante su vida.
Adiós Petit Príncep. Crece, corre y vuela hasta donde te lleven tus sueños. Disfruta la niñez que sólo se vive una vez.
Bienvenido Príncep.
Vanessa Ojeda
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