Mi pequeño. Hace ya 3 años que llegaste a nuestra vida. Eras tan rosado, redondito, menudo y cálido. Como un bollito.
Durante tus primeras 48 horas de vida no recuerdo haberte oído llorar. Pero tampoco me separé de ti. Todo fue diferente, porque la experiencia era un grado y porque eras nuestro segundo hijo.
Con tu hermano nada fue fácil y los errores fueron muchos. Y, con una cierta distancia, me atrevo a decir que todo el tiempo que él pasó separado de mí ha germinado en su interior dando paso a una notoria inseguridad.
Pero me dije a mí misma que contigo iba a ser diferente. Por eso no me separé de ti, por eso estuviste pegado a mi piel y a la de papá durante meses. Tampoco pasaste de brazos en brazos. Ni necesitamos tantos accesorios para criarte.
Aunque al igual que con tu hermano colechamos, porteamos y prolongamos la lactancia, tú has tenido tu propio ritmo. Quizás todo se ha cocinado a fuego lento. Pero tengo la sensación que con otra seguridad, nuestra y tuya.
Has crecido, tanto, que ya tienes 3 años. Pero me niego a reconocerlo porque eso significa admitir que ya no eres un bebé. No, no lo eres. Porque hablas, corres, saltas. Porque hace más de un año que no llevas pañal. Porque muchos días ya no duermes con nosotros. Porque hace mucho tiempo que no te porteamos. Porque comes sin ayuda. Porque juegas solo. Porque vas al cole. Porque caminas a nuestro ritmo. Porque me preguntas ¿por qué?
Porque me cuentas cosas. Porque juegas a escribirme te quiero. Y sobre todo porque tu inocencia va desvaneciéndose.
Y todo ello no significa más que ya no eres un bebé. Y no habrá más. Y en nuestras vidas se irá dilatando esa cercanía física, esa necesidad mutua, esa magia de las primeras veces, ese vínculo tan estrecho. Dejaremos de sentir cuerpecitos calientes en nuestras camas y a nuestras espaldas.
Y sí, es un tanto amargo, porque a pesar de las dificultades y los duros momentos, hay algo adictivo en toda esta etapa. Y a la vez contradictorio. Uno desea que crezcan para olvidar lo duro que ha sido, pero al mismo tiempo se resiste a que pase porque siempre lo echará en falta.
Pero como en otras muchas cosas en la vida no todo ha ocurrido de ayer para hoy. Así que mientras dure la transición seguiremos disfrutando de que en ocasiones aún tomes el pecho, te duermas en nuestros brazos, corras a nuestro encuentro, nos llames en mitad de la noche, te agarres fuerte a mi pierna o cojas mi mano al andar. Porque al fin y al cabo sigues siendo nuestro bebé ¿o no?
Vanessa Ojeda
Deja una respuesta