Un tema muy polémico este. De rabiosa actualidad. Las nuevas tecnologías y su expansión a todos los niveles. Un avance muy rápido con muchos adeptos y probablemente muchas consecuencias.
Los móviles, el bluetooth, el wi-fi y todas estas cosas ya me producen en sí mal rollo. Ya compartí hace un par de meses un artículo sobre las enfermedades que podrían estar produciéndose por el uso de estos dispositivos en ambientes escolares (No se olvide de apagar el Wi-Fi por la noche).
Por un lado está ese tema. Me horroriza pensar que esas ondas penetren en nuestro cerebro provocando alteraciones en el mismo con consecuencias sobre el organismo.
Solo la imagen de alguien sosteniendo un bebé en un brazo y con el otro usando el móvil me espeluzna. ¿Os imagináis, un cerebro en formación, con las fontanelas aún abiertas y captando ondas?
Y que conste que lo hemos hecho todos. Y el que diga que no, mentiría. Pero resulta que no se trata de eso solamente sino que además el teléfono nos ha creado una adicción tal que somos incapaces de dejar de mirarlo o usarlo para gestionar cosas. Y hablo de ADICCIÓN en mayúsculas. Basta que miremos a nuestro alrededor:
- amigos que van a comer o cenar a un restaurante y se pasen el rato mirando el móvil. ¿Hablarán de algo durante la cena?,
- parejas que se van a la cama o al sofá, móvil en mano, hasta decirse buenas noches. ¿Hablarán de algo entre ellos?,
- gente que queda para tomar algo y son incapaces de dejar de mirar el teléfono.
- ¿Cuál era el motivo del encuentro?
En fin, todo esto daría para otro tema. Pero, ¿qué ocurre cuando introducimos en la ecuación el término “hijos”?
- que con apenas un año y medio ya saben pasar fotos en el móvil,
- que con 2 años ya saben mirar las fotografías,
- que con 3 años ya saben usar la tablet,
- que con 5 años la encienden ellos solos y eligen lo que quieren ver,
- que con 6 o 7 años ya buscan en youtube lo que les gusta, aunque también encuentran otras cosas que quieren ver, sin filtros,
- que con 10 años ya quieren tener su propio móvil, internet, Whatsapp, Instagram, etcétera,
- que han llegado a la adolescencia y están totalmente enganchados al móvil,…
Y entonces llega la gran consecuencia: intentemos mantener una conversación con ellos.
¿Creéis que hemos creado un hábito de diálogo durante su crecimiento?
¿Desayunamos, comemos y cenamos sin tele, sin móviles, sin tablets?
¿Estamos los padres receptivos, sin mirar el móvil, cuando ellos, de pequeños, vienen a hablar con nosotros, nos preguntan algo o piden ayuda?
Yo creo que siempre he intentado ser prudente con este tema; aunque por supuesto uso el móvil delante de ellos más de lo que me gustaría, porque a veces hay cosas importantes que gestionar en el momento, y he sido consciente de que puede tener consecuencias, pero no deja de sorprenderme la cantidad de gente que usa el móvil como “silenciador” de niños. Recientemente hemos viajado con los niños y nos hemos alojado en un hotel en el que la mayoría de huéspedes eran familias. Pues exceptuando las que solo tenían bebés, prácticamente la mayoría de niños usaban móvil o tablet desde bien pequeños (especialmente las familias extranjeras) para comer, o estar tumbados en las hamacas de la piscina, así los padres podían descansar…
En fin, a modo de resumen, no hay duda de que los teléfonos móviles nos han traído un gran avance tecnológico, pero de verdad, ¿somos conscientes de hacer un buen uso del mismo? ¿Qué esperamos que pase cuando todos dependamos de los móviles: abuelos, padres e hijos? ¿Es eso a lo que queremos llegar realmente? De veras ¿deseamos llegar a sustituir besos, abrazos y palabras por mensajes y emoticonos?
Como la revolución tecnológica no puede parar, debemos ser capaces de frenar su repercusión en nosotros y para ello sólo nos queda reflexionar sobre lo que de verdad nos importa y potenciarlo como hilo conductor de nuestra vida. Porque todo lo demás puede esperar.
Vanessa Ojeda