Cae la noche, la oscuridad se impone. El reloj apremia. Entramos en la última fase de actividad frenética. Nos proponemos empezar con la rutina de baño, cena y a dormir. El niño llora, desconsolado. Pruebo a darle el pecho, pero no se calma. Lo intentamos portear, pero se estira tanto que no hay forma de ponerlo en la mochila o el fular. Le empezamos a desnudar para darle el baño y los llantos son aún más intensos. Nada le consuela. Así pasa una hora y otra más.
Nos sentimos agotados, tensos, nerviosos. Estamos muy cansados a esta hora del día y queremos que nuestro hijo se duerma de una vez. A veces perdemos la paciencia, nos desbordamos. Y todo se complica aún más.
Después de unas horas, no sé cómo, finalmente el niño se duerme. A veces nosotros también.
Bien podría estar hablando de un bebé que, sometido a muchos estímulos: luz, ruido, movimiento frenético a su alrededor; agotado de todo el día, entra en la hora bruja. Ese momento del día en que el cansancio le supera, se pasa de rosca y necesita descargar todas las tensiones y emociones acumuladas.
Bien podría cambiar el llanto por rabietas y estaríamos hablando de un bebé más grande.
Bien podría cambiar el llanto por saltar en la cama, correr o jugar y estaríamos hablando de niños pequeños.
Bien podría cambiar el llanto por una gran fiesta, en plan juerga, y estaríamos hablando de niños mayores.
O bien, podría cambiar el llanto por enfado, nervios, frustración, gritos, amenazas o chantajes y podríamos estar hablando de un adulto.
La realidad es que es un momento del día en que sentimos un malestar derivado del cansancio, del exceso de actividad, de la acumulación de tensiones, que nos hace necesitar descansar.
A menudo, si el momento del descanso se alarga, las emociones brotan sin control y podemos acabar desbordándonos. Por ello, la llaman la hora bruja.
De cómo ese momento del día genera conflictos entre padres e hijos ya hablé en el post ¡Hora de ir a la cama!
Cuando son bebés es muy intenso. Nos angustia y nos perturba más por lo que un llanto desconsolado genera en nosotros. A medida que crecen, ese momento del día sigue siendo intenso porque nosotros ansiamos que ellos se duerman y ellos lo que quieren es pasar ese tiempo en exclusiva con nosotros.
Sí, la hora bruja se da en todas las edades. Saberlo nos hará más conscientes de ello. Conocer nuestras necesidades y las suyas, lo que sentimos unos y otros ayudará a afrontar ese momento del día desde otra perspectiva.
Vanessa Ojeda