Los que me seguís ya sabéis que vivo la Navidad de otra forma, mucho más dulce, desde que soy mamá. Me contagio de su ilusión, de cómo les emociona, hago acopio de espíritu navideño y me dejo llevar.
Disfruto de ver cómo montan el árbol o colocan el nacimiento. De oír sus voces alegres que hablan de lo bonitas que son las luces navideñas. De pasear por la ciudad decorada, perdernos entre los puestos del mercado navideño, disfrutar de las actividades festivas.
Ver cómo abren con ilusión cada día un sobre del calendario de Adviento. Y se toman en serio la propuesta.
De escuchar melodías acordes a la época. Y también de reunirnos en familia. Cada vez somos más y lo pasamos mejor.
¿Y la magia? Pues también. Hay algo mágico en la Navidad. Y es ver cómo los actos de bondad, amor y generosidad inundan el planeta. Sabernos un poco más cerca tanto de otras personas como de nuestros seres queridos.
Dejarnos contagiar de la necesidad de sus actos y aportar nuestro granito de arena a una sociedad demasiado consumista.
También tener la esperanza de ser un afortunado de la lotería, que tantas alegrías reparte y que nos hace soñar con desterrar de nuestra vida todo aquello que nos pesa.
Emocionarnos especialmente al ver las reacciones de nuestros hijos al abrir los regalos de Reyes. Y sentirse más cerca de las personas que amamos.
En definitiva, vivir con ilusión la Navidad, más allá de la inocencia, celebrando la alegría de vivir.
Navidad, Navidad, dulce Navidad. La alegría de este día hay que celebrar.
Vanessa Ojeda