En un post anterior hablaba de que no es lo mismo sentir gratitud que dar las gracias. Pues hoy quiero hablar de esa costumbre que tenemos tan enraizada de forzar a nuestros hijos a dar las gracias, además de saludar o pedir perdón. Su arraigo viene de haberlo escuchado mucho de nuestros padres o abuelos. Y de haberla interiorizado tanto como una canción pegadiza.
Si nos paramos a pensar, saludar o dar las gracias es una norma de convención social. Los niños la van aprendiendo por observación e imitación. Si nosotros prodigamos con el ejemplo, ellos lo irán interiorizando hasta que un día estén preparados para decirlo por sí mismos. Algunos adultos siguen sin hacerlo a día de hoy.
Yo acostumbro a preguntar a los niños. Por ejemplo, si alguien se dirige a ellos: ¡Hola…! Yo también me dirijo a ellos y les digo: ¿Le decimos hola?
O les hago prestar atención: ¿Te has fijado que te ha dicho hola?
En cuanto a dar las gracias, suelo darlas yo, si ellos no lo hacen y alguna vez uso la misma técnica que para saludar: ¿Damos las gracias?
Esta es la manera que he encontrado, a caballo entre un extremo y el otro, de que ambas partes no se sientan mal. Porque el adulto al que no se le saluda o no se le da las gracias tiende a colgar la etiqueta de “maleducado” al niño.
Eso sí, nunca obligo a los niños a hacerlo. Si no quieren, lo respeto. Forma parte del respeto a su persona y a su cuerpo.
El tratamiento del perdón para mí es algo distinto. Cuando un niño hace daño a otro podemos diferenciar si ha sido a propósito o no. Si lo ha sido, obviamente el que lo ha hecho es plenamente consciente y dudo que tenga ninguna intención de pedir perdón porque seguramente estará enfadado. Está viviendo esa emoción intensamente y aún no tiene manera de autocontrolarla y/o verbalizarla. En estos casos, tanto si nuestros hijos son los actores como los afectados, no podemos más que acompañar esa emoción y alentarlos a expresar cómo se sienten, hablarlo con el otro y, en todo caso, animar a decir “lo siento”.
Si no ha sido a propósito, primero observar si los niños son conscientes del daño y después lo mismo. Acompañar sus emociones, animar al encuentro entre ambos. Si quieren expresar cómo se sienten que lo hagan y si además son capaces de decir “lo siento” pues estupendo.
Obligar a pedir perdón puede no significar nada. Y perdonar puede no ser fácil en el momento en el que uno se siente herido. Así que un simple “lo siento” que muestre empatía puede ser suficiente para ambas partes.
Hola, gracias y perdón no deberían ser palabras obligatorias para nadie, ni para nuestros hijos ni para nosotros. Deben salir del corazón. Y cuando se trata de normas sociales se van aprendiendo a base de observar, imitar y sentirse parte del grupo.
Vanessa Ojeda