Me cuesta tanto ser menos perfeccionista. Me cuesta tanto dejar de intentar hacerlo todo bien. Me cuesta tanto dejar atrás el rencor y pasar página.
Es tan difícil no perder de vista el objetivo. Tan complicado delegar y bajar la guardia.
Me cuesta tanto dejar de ser exigente y auto exigirme. Es tan difícil decir siempre lo que pienso de forma asertiva. Tan complicado controlar el enfado cuando mi vaso ha rebosado.
Me cuesta tanto aceptar a los demás como son, porque no son como yo, ni como yo quiero que sean. Me cuesta tanto encontrar algo que me llene por completo porque siempre quiero más, porque siempre puede ser mejor.
Y me cuesta tanto dejar de ser crítica. Es tan difícil encajar los reproches. Tan complicado educar.
También me cuesta tanto decir a la cara lo que de verdad me gusta, lo que me importa o lo que quiero. Es tan difícil luchar contra corriente. Tan complicado encontrar la paz interior.
Me cuesta tanto deciros cuánto os quiero. Y hasta daros más abrazos y besos. Me cuesta tanto lanzarme a amaros. Es tan difícil dejarse llevar. Tan complicado entregarse, porque puede doler.
Me cuesta tanto salir de mi caparazón para descubrir el mundo, así como es, con su belleza y su crueldad, dulce y amargo, soleado o tormentoso. Porque aquí dentro me siento segura. Segura de que si no os amo, me muero. Porque sois el pilar de mi vida, la luz que me guía y el motivo por el que seguir caminando.
Pero me cuesta tanto materializar, tocar y saborear este amor. Es tan difícil abrir la boca para decirlo. Tan complicado dejar de sentir resentimiento… que me pregunto si os perderé por ello.
Vanessa Ojeda