Mis hijos físicamente no se parecen en nada: sus ojos son de azules diferentes y forma diferente, uno es de piel blanquísima, el otro más moreno; las manos, los pies, incluso las uñas son diferentes. Las orejas, las cejas y las manchas de nacimiento. Solo encuentro semejanzas en su peso y estatura, por nombrar algo.
Además de ser físicamente muy distintos, también lo son en su forma de ser. Aunque para el pequeño, ahora con 27 meses, es algo pronto para definir su carácter, ya hay cosas en él que destacan y le hacen muy diferente a su hermano. Es un niño cariñoso. Cuando lo recojo, siempre se alegra de verme, corre hacia mí y a veces incluso me abraza. En cambio mi hijo mayor jamás ha mostrado ese cariño cuando voy a buscarlo. Es más, en ocasiones, se hace un poco el vergonzoso y casi ni me mira. Eso sí, empieza a hablarme como un lorito y sé que esa es su manera de mostrarme su cariño. En la intimidad, cuando está muy contento o emocionado por algo también me abraza y me da besos. Pero la verdad es que no es una manifestación que se dé a diario.
Mi hijo mayor, además, es un niño tan inquieto que le resulta muy difícil estar parado. Y eso nos resulta agotador. Supongo que puede deberse a que es un niño muy curioso pero ni siquiera cuando tiene sueño o incluso a veces cuando está en la cama para dormir, puede quedarse quieto. Solo le hipnotizan los dibujos. Y lo reconozco, hay momentos que mira un buen rato de tele porque no podemos seguirle el ritmo y necesitamos que deje descansar a su hermano o a veces poder descansar algo nosotros.
En cambio Ernest es un niño mucho más tranquilo, puede estar sentado sin moverse un buen rato y transmite serenidad, de momento. Eso sí, se revoluciona un poco cuando Abraham lo incita o cuando está muy contento; pero tiene un mayor autocontrol.
Detrás de todas sus diferencias, además de la carga genética, creo que han influido otros factores. Tengo una hipótesis que jamás podré demostrar, pero que intuyo es cierta. Mis hijos han sido criados de forma diferente por muchos motivos. Y creo que eso ha podido contribuir a generar esas disparidades.
Abraham estuvo apartado de mí durante sus primeros días de vida. Aunque estaba cerca de mí en algunos momentos o yo podía tocarlo, no pude darle de mamar, en varios días, ni cambiarle un pañal, ni tan sólo sostenerlo en brazos. Tras un posparto complicado en el que tuve que permanecer tumbada apenas sin moverme casi una semana, prácticamente tenía que rogar que me acercaran a mi hijo. Iba de brazos en brazos. No hubo piel con piel ni en las primeras horas ni en los primeros días. Y aunque no me despegué de él en meses, al principio sus abuelos venían a diario para ayudarme tras el mal trago del posparto. Y su ayuda solía manifestarse en forma de brazos para el niño. También es cierto que lloraba mucho y a menudo era desesperante. Supongo que trataban de evitar que yo me agobiase. Recuerdo que a veces llegaba mi marido de trabajar y el niño estaba llorando. Yo había sido incapaz hasta de comer y lo esperaba como si fuese la salvación.
Tras los primeros cinco o seis meses conseguí organizarme un poco y mi hijo y yo nos hicimos uña y carne. Aunque intenté pasar con él todo mi tiempo, eso nunca compensará sus primeros días de vida. Y yo, aunque lo intente, no puedo olvidar que cuando más necesitábamos estar juntos, estuvimos más distanciados de lo esperado.
Con mi segundo hijo todo fue distinto. Yo misma necesitaba una segunda oportunidad como madre. Un parto y un posparto incomparables ayudaron mucho a normalizar la situación. Piel con piel desde el nacimiento, lactancia desde el paritorio, sin visitas hasta el día siguiente a su nacimiento, colecho desde el minuto cero en el hospital y porteo ininterrumpido desde los 15 días de vida hasta los 8-9 meses y después, con cierta frecuencia, fueron los puntos clave.
Aunque también hubo muchas dificultades, nuestra unión fue mucho más fuerte. El contacto ayudó sumamente y la familia también, porque se mantuvo ocupada ayudando con el mayor. Y eso también trajo unas consecuencias y aún las seguimos pagando. Sí, conseguí la maternidad que deseaba con mi hijo pequeño pero eso también supuso no poder seguir dedicando todo mi tiempo al mayor. Daños colaterales. Imagino que como en muchos casos cuando llega un hermanito. Circunstancias que aún debemos trabajar hasta que podamos superarlas.
Quizás sea cosa de la genética, tal vez de la situación que vivimos o hasta puede que tengan algo que ver los astros en todo esto pero en definitiva cada uno es diferente y único. Y todo se va forjando desde el mismo nacimiento y está muy influenciado por nuestra forma de ser y transmitir, por nuestras relaciones y por nuestra manera de ser padres.
Vanessa Ojeda