Vivimos en primera persona el tema de las intolerancias alimentarias. En estos últimos años he detectado que soy intolerante al gluten y mi hijo mayor previsiblemente a la lactosa.
Los casos se han multiplicado en las últimas décadas, por ello y porque el entorno social no entiende lo que nos pasa, informarme sobre el tema me ayuda a sobrellevarlo.
La verdad es que yo nunca imaginé que el gluten era lo que me sentaba mal. Siempre creía que eran las verduras, legumbres, etcétera. Tras el primer parto acudí a una naturópata, por recomendación de la fisio de suelo pélvico, y me dijo que quizás era intolerante al trigo, que a mucha gente le sienta mal por las modificaciones y alteraciones que ha sufrido.
Ciertamente me costó asimilar que eso fuera verdad. Así que tarde un tiempo en modificar mi dieta. Aún así decidimos hacerlo todos en casa y empezamos a usar harinas de centeno, avena, espelta, etcétera.
Mientras tanto mi hijo mayor, después de tener un parásito intestinal (giardia) y 2 meses más tarde una bacteria, siguió con diarreas recurrentes. Fui insistente con la pediatra y tras cultivos y analíticas nos desvió a digestivo. Mientras tanto yo descubría que el maíz me sentaba mal también y me planteaba si en general era el gluten lo que me provocaba tantas molestias.
Por un lado la doctora nos dijo que Abraham no era celíaco pero tenía el HLA positivo, lo que quería decir que está dentro del 30% de la población que puede llegar a desarrollar la celiaquía. Tiene mayor predisposición. Así que empezamos varios meses de dieta estricta sin gluten ni lactosa, para ver si se producía algún cambio. Y en ese momento vi el cielo abierto. Era mi oportunidad de probar la dieta sin gluten. Toda la familia nos unimos.
Y en el colegio todo fue muy sencillo. A los pocos días yo ya notaba las diferencias: habían desaparecido los gases, los dolores, la hinchazón. Fue un cambio tan radical que no me lo podía creer.
Días más tarde acudía yo al digestivo para explicarle lo que me ocurría. Su diagnóstico fue: “eres un tambor, por la cantidad de gases acumulados” y me recetó Flatoril, que por supuesto nunca tomé. Salí de allí indignada porque no hizo caso de lo que le expliqué ni me dio ninguna opción. El alta y adiós.
Todo seguimos con la dieta (yo ya había leído que la única forma de detectar la intolerancia era probar de quitarse el gluten) y todos mejoramos. Las siguientes pautas para Abraham fueron introducir solo el gluten. Respondió bien y posteriormente la lactosa y ahí fue cuando volvió a recaer. En este momento estamos en un periodo sin leche de vaca ni derivados y ha vuelto a mejorar. Aunque hay días regulares. Es complicado eliminarlo todo de la dieta, especialmente cuando está fuera de casa y lo que come no depende de nosotros. Y aparte la intolerancia a la lactosa va ligada problemas respiratorios y de la piel. Y puedo afirmar que el niño desde que hace la dieta ya no tiene tantos mocos. Antes, estuvo de forma constante con moco, desde que empezó el curso pasado. Ahora quizás está mostrando intolerancia a la fructosa, pero aún no es algo seguro ni sabemos cómo habrá que proceder hasta acudir de nuevo a la doctora.
Quería compartir nuestra experiencia ya que la gente pregunta por qué somos intolerantes y ante nuestra respuesta a menudo se muestran escépticos.
Pero para que la sociedad empiece a reflexionar dejo caer un dato curioso: el 40% de los gallegos presenta intolerancia a la lactosa.
Hace poco tuve oportunidad de escuchar una entrevista radiofónica al doctor Manel Jordana, biólogo celular y profesor de la Universidad McMaster de Canadá, en la que explicaba claramente dos de los motivos principales del aumento de las intolerancias alimentarias:
- Procesamiento de cacahuetes y otros productos. La manera como el cacahuete se procesa: hervido en Asia, en otros países se procesa friéndolo, aumenta la inmunogeneicidad del producto, lo convierte en más alérgico.
- Durante las últimas décadas las recomendaciones de los pediatras han sido retrasar el consumo de cacahuetes en los niños, hasta los 12 -18 meses de vida. Hay estudios decisivos y conclusivos que demuestran que la recomendación era un error y se recomienda introducirlos en los primeros meses de vida ya que el sistema inmunitario está particularmente capacitado para generar tolerancia. Los alimentos introducidos en ese momento serán generalmente tolerados.
El doctor Jordana habló especialmente de las alergias al cacahuete, el pescado y el marisco, todas ellas irreversibles en el 80% de los casos. El resto de intolerancias alimenticias en el 80% de los casos se resuelven espontáneamente entre los 15 y 17 años de edad o incluso antes.
Y quería compartirlo porque esta información es contradictoria a la ofrecida por nuestros pediatras.
Ya hablaba, Carlos González, en su libro Mi niño no me come, sobre la galleta de las abuelas en las papillas. Y ahora veo que tenía razón.
Yo introduje los alimentos con mucha cautela, siguiendo instrucciones de mi pediatra, que además me dijo que los niños de piel atópica podían tener más propensión a desarrollar alergias e intolerancias. Curiosamente mi hijo tomó leche de fórmula, como suplemento, el primer mes de vida y después no quisimos que tomase leche de vaca, y aunque así lo pedimos en la escoleta, es seguro que le daban cosas que la contenían. Incluso nosotros le dábamos queso.
La buena noticia es que casi con total seguridad lo superará, aunque no sabemos cuándo. La razón de este post es poder dar la oportunidad a familias que deben introducir la alimentación complementaria de decidir si introducen o no algunos alimentos antes de las recomendaciones pediátricas y poder evitar el desarrollo y la proliferación de las intolerancias y alergias alimenticias.
Vanessa Ojeda