Hace un tiempo leí y compartí un artículo sobre el cambio madurativo que se produce alrededor de los 6 años (entre los 5 y los 7). Se transforma el cuerpo y la mente.
Pues hace tiempo que llevo observando esa evolución en nuestro hijo mayor.
Físicamente poco queda de aquel bebé que cogíamos en brazos hace un par de años. Básicamente los dientes de leche.
Su autonomía es total para vestirse, bañarse, comer, lavarse los dientes, recoger su cuarto. Incluso participa de algunas labores domésticas.
Pero el gran cambio ha sido mental. Entiende perfectamente todo lo que le decimos, reconoce lo que le rodea y tiene una excelente memoria, y además se orienta muy bien.
Su curiosidad sigue siendo infinita y no deja de preguntar el porqué de las cosas. Tiene tanto interés por todo que se dedica a acumular objetos en los que después invierte mucho tiempo para organizar, clasificar y ordenar.
Si está solo (sin su hermano) puede ir a cualquier sitio y respetar las normas. Ya no necesita que nadie le diga qué se puede y qué no se puede hacer. Tiene claro lo que quiere y lo que no. Lo que le gusta y lo que no. Se ha abierto a probar cosas nuevas, para lo que era muy reticente y capta todo lo que hablamos e imita muchos de nuestros comportamientos, incluso expresiones.
Cuando quiere, tiene la capacidad de enseñar cosas a su hermano pequeño, aunque en muchas ocasiones se las hace él mismo.
Ya escribe de forma bastante clara y puede leer letra mayúscula. Eso le ha permitido acceder a mucha información del entorno, sin necesidad de ayuda. Como por ejemplo leer carteles, paradas de autobús, señales de tráfico, nombres de tiendas, etc.
También creo percibir un avance en la seguridad en sí mismo.
Así que todas estas herramientas le han permitido relacionarse mejor con los demás, especialmente con los adultos. Por lo que, sin duda, el gran cambio ha llegado desde el cerebro emocional. Dejando atrás el cerebro reptiliano.
Ahora expresa emociones, no solo físicamente sino verbalmente, además de artísticamente. Sus respuestas son más elaboradas y en algunos casos razonadas.
Han desaparecido gran parte de sus tics nerviosos y sus miedos. También han quedado en el camino la inocencia, y las creencias en lo fantástico y mágico.
En ocasiones reminiscencias de conductas propias de un bebé o niño más pequeño fruto de los celos entre hermanos.
Toda una transformación física y mental que se ha producido poco a poco pero que ahora se percibe de forma evidente.
Así es como una oruga se convierte en mariposa.
Vanessa Ojeda