Te miro. No puedo dejar de hacerlo. Tienes los ojos cerrados. Te miro.
Sueñas. Con ir a jugar, con hacer construcciones imposibles, con no ir al cole. Te miro.
Respiras. Lentamente. De una forma casi imperceptible. Te miro.
Tienes las manos, los brazos, las piernas y la cabeza relajados. A merced de cualquier destino. A merced de cualquier persona.
Te miro. Y me pareces tan frágil. Y a la vez tan plácido. No puedo dejar de mirarte.
Estás agotado de tanto jugar, de todo un día lleno de aventuras. Te miro. Estás tan quieto que me cautiva verte así. Te miro.
En ocasiones me pregunto de dónde surge esa energía que incluso a veces reta al sueño. No puedo dejar de mirarte.
Verte así me relaja de tal forma que siento una paz inmensa. Te miro.
Creo que nada en mi vida me ha proporcionado la calma que me produce verte dormir. No puedo dejar de mirarte.
Se borran todas las preocupaciones del día. Hasta los malos momentos. Hay silencio. Una falta de sonido imperiosa. Casi puedo oír tu respiración. Te miro.
Te doy un suave beso en la mejilla y te susurro que te quiero. Buenas noches príncipe. Otra vez te miro. No puedo dejar de hacerlo.
Salgo de puntillas antes de que Morfeo también me cautive a mí. Te miro una última vez. Estaré aquí cerca, por si te despiertas.
Vanessa Ojeda
Deja una respuesta