Dejando huella
Hay maestros que pasan por nuestras vidas. Sin embargo, hay maestros que dejan huella en nosotros y se quedan para siempre en nuestros recuerdos.
Tuve mucha suerte en mi infancia de contar con maestros de estos últimos. Aunque me temo que mis hijos, especialmente el mayor, no han corrido siempre la misma suerte. Muchos de sus maestros se han manejado con el refuerzo positivo, los premios y castigos, las amenazas, la invalidación o negación de las emociones. Y no les culpo. Seguramente fue por la formación que recibieron. Por la forma de criar que vivenciaron. Y por tanto, la que han interiorizado, normalizado y nunca cuestionado porque está socialmente aceptada. Al fin y al cabo, de esas herramientas se ha llenado su mochila.
Hace un par de años, estando en unas conferencias sobre educación y crianza, ante un auditorio enorme, una madre agradeció a un maestro de su hija todo lo que había hecho por ella. Dijo su nombre y resultó ser un maestro mío de la infancia. Un hombre que dejó una huella especial en mí. Hace unos meses, casualmente supe de él por una compañera de trabajo. Incluso vi una foto actual suya. Mi compañera y yo nos hicimos una foto juntas, se la envió a mi maestro y ¡tachán! No solo me reconoció, sino que me llamó por mi nombre y apellido. Le envié un audio de agradecimiento. Habían pasado más de 30 años.
Lo mismo me ocurrió días después, cuando vi la foto de otro maestro que tuve, cuya huella fue más profunda, si cabe. Fue ver aquella foto y abrirse una caja de Pandora. Aquél hombre llegó a mi vida en un momento muy vulnerable para mí, cuando tenía 12 años y todo mi mundo se tambaleaba. Estaba perdida en un vacío existencial.
Un día se sentó a mi lado, se puso a mi altura y aunque no recuerdo lo que me dijo exactamente, sí sé que fue un bálsamo. Durante aquél curso, despertó mi amor por las matemáticas, la afición por la astronomía y me abrió el camino al autoconocimiento y autoayuda con recomendaciones de libros y música.
Me abrió la puerta de su casa y de su familia. Su hija y yo nos hicimos amigas. Y, aunque ella y yo hace 9 años que no nos vemos, alguna vez nos enviamos algún mensaje.
Mi familia cuestionó esa atípica relación que se estableció entre el profesor y yo. No comprendieron que se trataba de admiración. Porque lo que yo necesitaba en ese momento de mi vida era un referente que me guiase para recuperar mi lugar en el mundo.
Solo puedo estar agradecida por todo lo que significó en mi vida, una persona que, a priori, sólo pasaba unas horas en mi aula intentando enseñarme matemáticas.
Si hay algún maestro o maestra en la vida de vuestros hijos que haya llegado para quedarse, podréis sentiros muy afortunados. Podría incluso cambiar el rumbo de sus vidas.
Hay maestros que pasan por nuestras vidas. Otros, se quedan.
¿Algún maestro marcó tu vida?
Vanessa Ojeda
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