Es bonito el término. Sí, suena bien. Una buena carta de presentación como madre.
“Sí, soy madre y practico la crianza respetuosa”. A menudo así le llaman, como leí hace un tiempo, a la crianza basada en el colecho, el porteo y la lactancia materna a demanda.
Yo más bien diría que eso se trata de una crianza natural, basada en el contacto, en el instinto, en lo que toda madre por principio haría por su hijo.
Pero vayámonos al significado de respeto: “Consideración, acompañada de cierta sumisión, con que se trata a una persona por alguna situación o circunstancia que las determina y que lleva a acatar lo que dice o establece o a no causarle ofensa o perjuicio. Consideración de que algo es digno y debe ser tolerado.”
Una vez que hemos repasado el concepto de respeto, seamos sinceros, ¿de verdad practicamos la crianza respetuosa? Sinceramente, ¿tratamos a nuestros hijos siempre con consideración, sin causarles ofensas o perjuicios, con cierta sumisión? ¿Consideramos que todas las cosas que hacen son dignas y deben ser toleradas? Que levante la mano el que crea que no lo hace…
Bueno, aquí estoy yo, con el brazo cansado de tanto tenerlo levantado. No, mi crianza no es respetuosa. Y, perdonadme, y lo digo desde el respeto, me extrañaría mucho que alguien consiga llevar a cabo una crianza respetuosa en todo momento. No digo que no haya nadie que lo haga, pero no es la tónica general.
Y no es porque creamos que no es correcta la crianza respetuosa o no comulguemos con sus principios, sino porque es tremendamente difícil educar. ¿Dónde acaba el respeto hacia mi hijo? Pues justo en el sitio donde él deja de tratarme con consideración, ofendiéndome. Justo donde él no tolera lo que le digo o hace cosas que no considero dignas. Porque tenemos límites, impaciencia, días malos, principios, normas, rutinas e imposiciones. Muchas de ellas todavía heredadas del tipo de educación de nuestros antepasados. Pero que nos siguen marcando y que, en algún momento antes de que nuestro hijo nos haya perdido el respeto, ya las habíamos utilizado nosotros antes, apenas sin darnos cuenta, de una forma casi natural.
Además vivimos rodeados de una fuerte presión social y en un contexto adverso. Enumeremos algunos ejemplos simples.
Pongamos por caso que estamos en la etapa de control de esfínteres, en la que se plantea la retirada del pañal. Y sí, en nuestro caso, las retiradas fueron programadas, así que muy respetuosas no han sido; quizás la segunda algo más que la primera. Ya puedo yo querer ser respetuosa con el niño y ser considerada con su ritmo, que muchas guarderías programan la retirada del pañal y otras tantas escuelas no aceptan niños (tengan o no los 3 años) que lleven pañal al escolarizarlos.
Por poner otro ejemplo, el destete respetuoso. Si el niño decide que ya no quiere más, fabuloso, eso sería lo ideal. Pero si es la mamá que ya no quiere seguir dándole el pecho y decide destetar, pero resulta que el niño no está de acuerdo, puede que se haga imposible hacerlo de forma “respetuosa”, pues uno de los dos puede no aceptar de buen grado la nueva situación.
Y vayamos más allá. ¿Acaso somos respetuosos cuando nos enfrentamos a situaciones en las que los niños: no quieren recoger, no tienen ganas de darse el baño, no se preparan para salir de casa cuando les dices que hay que irse porque llegamos tarde, no paran de hacer algo a pesar de pedírselo en reiteradas ocasiones, llegan más tarde de la hora fijada, descuidan sus responsabilidades, incumplen las normas familiares, se saltan las clases,…?
No creo que sea nada fácil respetar sus deseos en esa situación.
El respeto empieza en uno mismo. Para poder criar con consideración y transmitir lo que es a nuestros hijos, debemos respetarnos a nosotros mismos tanto como a los demás y haciéndolo seremos el ejemplo a seguir para los niños.
Y cuando hablo de respetar a los demás, eso incluye no juzgar ni criticar ni condenar a otras personas. A otras madres. Madres como las que comparten sus experiencias en las redes sociales y luego son vapuleadas públicamente por otras madres. Y todo ello ocurre en grupos que se autodenominan “de crianza respetuosa”.
Si tengo que ser sincera, respetándome a mí misma, creo que el respeto está en desuso. Como los osos polares en peligro de extinción.
¿Hay alguien que no juzgue, ni critique ni condene?
Reflexionemos.
Todos lo hacemos, ¿no? Eso sí, con respeto 😉
Vanessa Ojeda
Deja una respuesta