Hace unas semanas, hablando con mi amiga Miriam, me contaba que no sabía muy bien en qué momento ni por qué la música había dejado de formar parte de su vida diaria ya sea como oyente o como intérprete. Ya que la ha acompañado a diario habitualmente durante toda su vida. Además se daba cuenta de lo que la estaba echando de menos.
Eso exactamente es lo que puede llegar a ocurrir cuando te conviertes en madre.
¿Por qué?
Se me ocurren bastantes motivos, dentro de los que cabe destacar, la búsqueda permanente del silencio, cuando tu bebé se despierta con el ruido de una mosca volando. Porque ya ni tienes tiempo ni te acuerdas de poner música. Tu mente anda ocupada en otras 100.000 cosas.
Después viene la fase de escuchar música de los niños. Ponérsela a todas horas, en todas partes, especialmente en el coche, tanto porque les gusta como porque les mantiene calmados y entretenidos durante el recorrido.
Tras esa larga etapa, en la que te aprendes cientos de letras infantiles, vuelves a poner emisoras de radio que te gustan y entonces algo se despierta en tu cerebro. Empiezas a tararear canciones, bailotear y convencer a tus hijos de que son “clásicos” (de hoy y de siempre). Tu estado de humor cambia radicalmente. Y tanto es así, que decides ponerte en marcha.
Enciendes el equipo casi a diario, sintonizas emisoras cuyo contenido active tu cuerpo, levante tu ánimo y te devuelva las ganas de cantar, bailar, bromear y te dé vida. Porque eso es la música: vida. Terapia.
Por eso no hemos dudado en usarla para gestionar momentos conflictivos. A nuestro hijo mayor le encanta cantar, la música y todos los gadgets asociados. Por eso le propongo, a veces, gritarle a un cojín o parar y poner una canción que nos encante ya sea para cantar, bailar o ambas cosas. Es un magnífico recurso. Os lo recomiendo.
Yo no tengo habilidad alguna para la música pero me encanta escucharla. Y ver que a nuestro hijo le apasiona, me alucina.
Animaos y ¡poned banda sonora a vuestra vida! Notaréis la diferencia.
Vanessa Ojeda
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